Mi querida Big-Bang:

Sueño con que me dan un Oscar y un hombre guapo y dulce me besa detrás de unas cortinas rojas. Después, salimos pero querríamos seguir dentro, así que regresamos al refugio de terciopelo. Fuera esperan los flashes de las cámaras, impacientes. Venga, rubia, sal de ahí ya, que está a punto de sonar la Gaynor y si no mueves tus caderas al son estarás traicionando un pacto de hermanas de alcohol y furia! No, espera un poco, que tengo que seguir besando o el príncipe se transformará en calabaza y mi modelazo de Azzaro en harapos.

Es la maldición de las Cenicientas que, como yo, se disfrazan una noche al mes para darlo todo por las pistas. ¿Te vienes conmigo, en calidad de pareja?, le suplico a A. “Pssss, no sé, a mí esos saraós no me gustan nada, me pongo borde y verde y te dejo mal. Anda, sí, chitina, que habrá gin tonic del que te gusta y sillas para sentarte y poner cara de asco a los advenedizos”, la soborno. “Vale”.

Mi amiga A. se hace la dura pero es un crack generoso y divino. Para la ocasión se ha puesto un vestido con destellos que le ilumina el pelo de duendecillo loco, y un bolso retro enorme donde le caben las mejores intenciones. Juntas subimos al taxi limusina y juntas brindamos al sol de los focos por lo que vendrá. Salir de fiesta con A. es la garantía de un regreso feliz, la carcajada, la borrachera confidencial. El inicio de una crónica que saborearemos mañana, pasado y al otro.

¿Pero le besaste tú o te besó él primero?, pregunta, la jodía. “Diría que nos buscamos”. Ya, pero siempre hay uno que inicia la jugada y otro que remata!. Bueno, guapa, a ver si odiabas el fútbol y ahora me vas a dar una lección de “Carrusel deportivo”… Un beso es un beso. Un tiro desde el centro del campo, con toda la carga de profundidad. ¿Pero con o sin penalty? Y dale!

Big-Bang, hace meses que no beso por luto y por desgana. Dirás que ya era hora de romper la urna de cristal. “Si te descuidas, vuelves a ser virgen y todo, bonita”. Cerré el cajón de los besos un día como el que cierra la caja acorazada del banco de España, pero este Oscar a la mejor cortina ha despertado a la fiera. Se acabó el oscuro realismo italiano, llega Hollywood con sus destellos dorados y su frenesí festivalero. Besos a mí. Fugaces y a tornillo, que la vida es corta y la lengua atropellada.

Y a ti, hombre que no existió y que sin embargo fuiste, te mando un beso escondido por si una noche te asalta la inquietante visión del terciopelo rojo…