Berger bicicleta
Un momento ha sido rescatado, por
un momento. Ese momento ocurrió antes de que yo naciera. ¿Se pueden
enviar promesas hacia el pasado?”
Uno no puede leer “El cuaderno de
Bento”
, de John Berger (Alfaguara), y quedar
impasible. Más si has abierto el libro distraídamente en el tren mientras ahí fuera los campos verdipajizos son devorados por una velocidad
ide acero. Y, como para contradecir al progreso, pasas las páginas
despacio y contemplas los delicados dibujos con que Berger acompaña
sus no menos delicados pensamientos. Y el aire se detiene.
Ciruelas a punto de caer
Me gustan los hombres del
Renacimiento
. Esos capaces de batirse contra las palabras, un
lienzo, los pensamientos más obstinados o el cine. Berger además
hace performances. Es un hombre orquesta que se ha abrazado a la
creación con ahínco y cuando siente entra en brote y te deposita
una novela, un ensayo, debajo de la almohada.
No creo que todas sean
geniales. La última que ataqué la dejé a medias y apenas recuerdo
que se desarrollaba en Venecia. Aunque ahora prefiero cuestionarme a mí misma que al autor y tal vez revisitarla.
Ayer abrí este cuaderno que elegí
por su tamaño asequible para un viaje que me había propuesto
acometer sin más equipaje que las ganas, y enseguida llegó el asombro, como un
relámpago:
Quienes dibujamos no sólo
dibujamos a fin de hacer algo visible para los demás, sino también
para acompañar a algo invisible hacia su destino insondable”
Acompañar algo que no existe a su
destino es como abrir una cortina de terciopelo ante un público que
ha ido al teatro sin programa, dispuesto a ser vapuleado,
interrogado, abierto en canal. Un artista es un ser que te muestra
aquello que ni siquiera sabías que existía.
Pero que una vez te
ha sido revelado, tu vida ya no puede ser igual.
Mi oficina wifi
¿Quién era yo antes de leer a
Berger?
, pensarás después de contemplar esas ciruelas que caen
de una rama concebida en pocos trazos pero suficiente como para saber
que pesan y que su gravidez hará que en pocas horas caigan contra el
suelo, maduras y fragantes. “Empecé a dibujar. Necesitaba un
verde para definir las hojas. A mis pies había unas ortigas. Agarré
una hoja y la froté en el papel, y me dio el verde que necesitaba.
Esta vez guardé el dibujo”.
Y luego
está la humildad. Ese acto de despojarse de soberbia que sólo
algunos artistas introducen en su exhibición. Porque Berger
arranca advirtiéndonos que va a emular al filósofo Benedict
(o Bento) de Spinoza (1632-1677)
,
que solía llevar consigo un cuaderno de dibujo. Un misterioso
cuaderno que se perdió. Berger confiesa que su pretensión era
volver a leer algunos de sus sorprendentes proposiciones filosóficas
y mirar lo que el autor del “Tratado
de la reforma del entendimiento”

había visto con sus propios ojos.
John Berger
Un artista es
también quien recoge un legado, lo devora, lo somete a la digestión
de sus propios jugos, lo transforma y te lo sirve en un manjar que ya
no se parece al original
, pero si lo masticas despacio, dejando que
la saliva envuelva y descomponga su deliciosa enjundia, te suena
levemente a algo que ya probaste, que ya te deslumbró.
El encaje es un tipo de escritura
en blanco que sólo se puede leer cuando hay carne detrás”.
(Es una forma de verlo pero se le ha ocurrido a este hombre del que no pienso separarme nunca más)