Emma Watson&Amenábar

Contristas: dícese de las personas que actúan y opinan siempre a la contra, que se excitan con denostar lo que otros hacen y lamentan en su interior no poder argumentar cuando algo les gusta, porque están programados para disparar, aunque disparen cual monos con metralleta.

No lo busquéis en el diccionario porque me lo acabo de inventar. Compruebo que mi intolerancia al contrista crece con los años, igual que con el criticón. No es que yo no sea dura a la contra ni en la crítica -que lo soy- es que me parece que si uno va a destrozar el castillo de arena de otro debería argumentar con firmeza de juicio y un mínimo criterio y no con un exabrupto.

Fui al estreno en el Festival de San Sebastián de Regression, la última de Alejandro Amenábar, y pasé mucho miedo. Una mala peli de miedo suele darme risa, pero en esta tuve que agarrarme varias veces del brazo de mi compañero de la izquierda -por suerte lo conocía- y varias veces me tapé los ojos como una niña para evitar que el corazón se me saliera por la boca. En cuanto se apagaron las luces empecé a escuchar a mi alrededor a los del choloanálisis: “Menuda mierda de película, no tengo palabras”.

Cuando quise indagar, aún con temblores en las piernas, por qué era  tan mala no encontré respuesta convincente sino más exclamaciones negativas. Como no soy crítica de cine, pero tampoco sospechosa de defender el cine español por ser el nuestro, me quedé callada un rato para pensar y luego dije que a mí me había gustado, que está excelentemente rodada, que construye una atmósfera impecable donde se masca la tensión, que los actores están formidables -sobre todo Ethan Hawke– y que los sustos no me parecieron previsibles (a excepción del gato de ojos rojos que no vi porque cerré los míos) como los clásicos del terror blockbuster que ven mis hijas para gritar a sus anchas con coartada.

Es verdad, admití, que el final se le va de los manos, se hace demasido explícito, poco elaborado en su moraleja. Puede ser. Pero creo que Amenábar hace lo que otros ya querrían, que juega en otra liga (y sí, juega con mucho más presupuesto que otros, pero hacer buen cine no sólo se hace con dinero). Y puede que la peli sea tan mala como hoy escriben algunos con más criterio que los que sólo farfullaban en el patio de butacas, pero yo creo que no es fácil armar una historia diabólica como ésta y conseguir sobrecogerte tanto tiempo, y secuestrarte en esa atmósfera de carreteras en neblina y esas casas, esa iglesia  y esa comisaría donde cada textura, la iluminación y los tonos te están contando una historia.

No sé si, como decían los contristas, Regression es “una tomadura de pelo, una mierda”. Sí sé que todo contrista debería estudiar un poco e ilustrar con ejemplos sus opiniones. No me vale el ladrido, ya lo siento. Tampoco la crítica sin andamiajes, aunque sean de andar por casa. Yo misma puedo ser demoledora cuando opino acerca de un mal libro, o de una mala película, y a partir de ahora voy a tratar de suavizarme y armarme de argumentos para no caer en el contrismo, esa posesión diabólica que te hace hablar lenguas extrañas con insultos y salivazos al trabajo ajeno.

Por la noche, en la fiesta a la que nos llevó Jaeger Le Coultre, me acerqué a saludar a Alejandro Amenábar. Su figura breve, sus gestos tímidos y esa amabilidad cortés con sonrisa lateral que no se imposta ni da pábulo a los pelotas. “He pasado mucho miedo”, le dije. “Gracias, de eso se trataba. He hecho la película que quería hacer”.

No creo que haya tantas oportunidades de pronunciar esta frase sin cámaras ni grabadoras, fuera del promotono obligado en estos casos.

El diablo está en nuestro interior, tienes razón, Alejandro. También lo dice el Papa Francisco, mira tú. Y luego están esos diablillos mediocres que tratan de dar por saco en lugar de leer y reflexionar en sus infiermos.