Mi querida Big-Bang;

Ignoro si Murakami corre en mallas moradas, marcando paquete, entre una jauría de perros. O de gatos, en su caso. Anoche salí a correr con mi adolescente furibunda y calificaré la experiencia de paranormal. Para empezar: ¿por qué los corredores hacen movimientos tan raros para calentar los músculos?. Unos estertores tan grotescos que yo le dije a mi partenaire: “chitina, por ahí no paso. Yo quiero correr estilo Penélope glamour, como una garza, para entendernos”. Y ella, instalada en su desdén: “Tú verás, pero yo no te conozco, ¿eh? Y si te da un calambre llamamos al Samur rápidamente, porque esos chuchos de ahí tienen hambre y lo mismo se tiran a por ti, que eres presa fácil”.
Luego está lo del moquillo. Porque en cuanto empiezas a correr, se te cae y, por supuesto, no has cogido kleenex, así que tienes dos opciones:limpiarte con tu chandalete inmaculado o restregarte contra la hojarasca. Y ahí la chunga de catorce -sin mocos-también tiene algo que decir: “por dios, mamá, qué guarrada estás haciendo!. Tú, que bastante tienes con que el flato no torne a infarto, eliges no contestar y la engañas con el cronómetro: “llevamos diez minutos, nena, toca caminar. Tú cuélgate de las anillas, si eso…”.
Como soy una soberbia de libro y no puedo soportar que me gane, pasé a la acción reduciendo mi recorrido, muy astuta, por el interior de las curvas. Pero el destino es cruel y de pronto me vi frente a un perraco sin correa que me miraba amenazante. La adolescente, que es tonta para atusarse frente al espejo pero lista como el hambre para la supervivencia, puso pies en polvorosa y me dejó frente a la bestia, que tenía un dueño. Un tipejillo en chándal gris con un chaleco fluorescente más propio de los cuerpos de salvamento que de corredor amateur. “A ver, señora, que el perro no le va a hacer nada, pero deje de asustarle con sus aspavientos”, me dijo.
A mí me llaman señora y me pongo como el hermano subnormal (discapacitado) de Mary, la de “Algo pasa con Mary” cuando le tocan la oreja. Si soy señora incluso en chándal, apaga y vámonos. Si soy señora en la penumbra de un parque lleno de tipos que buscan el sentido de la vida rebozados en sudor, estoy muerta. Así que llamé a la desdeñosa y le dije: “hala, vámonos de aquí que esto está lleno de marginales con chuchos sin pedigrí, nena. Y seguro que detrás de esos matojos se esconden tipos muy malos con nuchakus”. Y muy digna enfilé la cuesta hacia casa, para tropezar con la raíz de un árbol y meterme una torta en sensurround que me ha dejado la rodilla tres tonos menos morada que la humillación.
La chunga, esta mañana, me ha mirado con sonrisilla sardónica y me ha dicho: ¿Qué, mamá, esta noche nos hacemos otro recorrido por las Barranquillas? Y, justo antes de cerrar la puerta del baño para maquearse como si se fuera al Joy Eslava: “Pero llévate el bolso con los pañuelos y el espray antivioladores con chuchos”. Cría cuervos.