Mi querida Big-Bang,

Almodóvar me coge del brazo y me guía suavemente por los largos pasillos del tanatorio hasta una capilla privada, casi la celda de un monje, donde hay una cómoda gigante de pueblo algo desportillada, una cama medio deshecha, cientos de gladiolos sin corona-“siempre se llevan a los mejores”- y una superficie blanca y dura donde tres niños enanos lloran como plañideras a pilas, y se contorsionan en cada gemido siguiendo una coreografía grotesca. “Esta es mi muerte, la he soñado tantas veces que he decidido recrearla y dormir aquí cada noche, para irme acostumbrando”. Me estremezco en el sueño y estremecida despierto. Polvo eres.

No vayas a pensar que temo a la muerte. Simplemente la encaro haciendo la peineta, como la duquesa de Alba a la prensa del moscardón. Siempre he sido muy de que la muerte me pille bailando, y tanto vitalismo va a meterme directa en la tumba. Gran paradoja. Sería más práctico, convendrás, dedicarle uno o dos pensamientos diarios a la parca para ir haciendo boca, pero a mí me pones a bailar y se me olvidan los detalles, ya ves.

Además, siempre se puede morir de amor, de indiferencia, de indignación, de estupidez o de vergüenza. Ocurre todos los días, pero lamentablemente no se celebran funerales con pompa y una banda local amenizando la pena. Morimos un poco cada vez que algo nos sobresalta, nos hiere, nos supera, nos enseña una pieza de algo que nos falta, como esos álbumes que no terminábamos a falta de un cromo, el más difícil, que siempre tenía la más chunga de la clase.

Avisa si te parece que ponerme tan Teófila Necrófila le sienta mal a mi cutis, que ya sabes que prefiero ser un bonito cadáver metido en un nicho de Dolce Gabbana. Es mi ilusión, y también que hagas por meter en el hoyo mis zapatos, para contonearme bien por el cielo. Mi chuki pequeña, que es sagaz como ella sola, insiste en preguntarme cómo es el cielo. “Verás, mona, yo no he estado nunca, pero debe molar porque el que va no vuelve”. “¿Como el parque de atracciones, pero para siempre?, mami?”. “Psssssssí, quizás, pero tú por si acaso súbete muchas veces a la noria de la tierra y al gusano loco, no sea que la cosa acabe aquí”. Y ella, que si no remata se pone toda loca: “Qué tontería vivir, para luego morirse, ¿no?”.

Sí, ser polvo debe ser mucho menos interesante que echar un polvo, pero más eterno. Y aquí se me ocurren cientos de frases para los funerales modernos que imagino: “de tal polvo, tal pastilla” o “el polvo tenía un precio”, o “cien años de polvo y paja”. Sexo y muerte están pegados y los franceses, que llaman al orgasmo la petit mort, lo saben desde mucho antes de Napoleón. Es más, tienen una pareja presidencial que va echando polvos por las recepciones reales y llega tarde cuando un calentón sobreviene en el ascensor de Elíseo.

¿Te estás mareando con mis evoluciones de este miércoles de ceniza arrancado del calendario? Sorry, nena, pero dormir después de tres noches de insomnio letal me ha dado alas. La religión del vitalismo tiene un único mandamiento: “acelera y no mires atrás, ni adelante”. A eso voy, como si me fuera la vida en ello. Ah, y si vas a mandarme flores que sean rosas blancas. Odio los gladiolos y los niños llorones. Que dios o Versace me tengan en su gloria.