Policía Montada de Canadá

“Era la primera vez en mi vida que me pasaba una comida entera hablando de por qué la Policía Montada de Canadá va a caballo”.

Mi amigo R. es el okupa de la cena, pero pronto nos regala las mejores frases de la noche. Al poco de sentarse y saludar a todos con jubilosa cortesía, con ese aire de “me caéis fenomenal” tan suyo y tan de agradecer, ha sentenciado: “No sé en qué momento de mi vida decidí hablar a un gato”. Mis compañeros de mesa reaccionan con cierto estupor porque es mucho más manejable hablar de las mejores series de televisión que han visto-“The Killing”,  “Breaking bad”, “The Wire”– o de si a las novelas hay que darles otra oportunidad cuando pasadas veinte páginas no te atrapan (yo ahí aporto tajante: “no pienso desperdiciar un minuto de mi vida en leer bazofia con coartada literaria”, y asumo que en ese momento más de uno podría preferir hablar de gatos). Mi querido R., levemente sobresaltado, me susurra un “me ha quedado claro, sí”, con gesto perturbado, como si descubriera por primera vez la fiera que llevo dentro.

¿Breaking Bad es la mejor serie?

Su gato Hugo es mucho más manso que yo, dónde va a parar. Y la Policía Montada va a caballo, teoriza,  porque en realidad “se van de picnic, ¿no veis lo relajados que aparecen siempre en las películas?” A mi derecha, J. mira hacia otro lado, convencido de que le han caído dos freaks demasiado cerca y más vale jalarse el champán mirando al frente, a esa  pantalla que escupe frases de la literatura universal.

Los temas de conversación a la mesa no son un asunto menor. Si caes con un grupo de hipters, reinarán HBO o cómo era la soga con la que se ahorcó Foster Wallace en su garaje. Si además son colegas, es probable que se hable del futuro de un oficio que atraviesa tempestades y está perdiendo eso tan básico que es el amor a las palabras. Independencia, rigor, comprobación de datos, distancia con las fuentes. No hay dinero para investigar. No hay tiempo para ir al cráter de la historia y construirla con material de primera. Toca reinventarse, pero ¿cómo?

El asunto se revela indigesto y correoso. Así que coges tu copa con suma delicadeza y le das un trago que no pasaría las normas de urbanidad de un internado de señoritas. Agradecida de no haber caído en una de esas mesas donde a falta de temas comunes se termina en ese charco espeso de la conversación más universal: los hijos.

(Paréntesis obligatorio; No tengo problema en hablar de mis hijas. Aquí lo hago a menudo. Pero pocas veces una charla social en una cena te excita cuando gira y se eterniza en torno a esos lugares comunes con los que nos acostamos los padres y madres. Ser progenitor no tiene mérito ni sex appeal a nivel teórico. Repetir que matarías a tu adolescente porque cultiva en exceso el horror vacui y que anoche, antes de irte a la cama, tiraste todo su desorden al suelo a manotazos mientras ella chillaba despavorida no aporta nada a la humanidad que cena setas rape son setas, convengamos.

Me parece mil veces más interesante que R. desarrolle con detalle su primera conversación con Hugo. Ese momento catártico en que se dirigió al gato con tono de humano y lo convirtió en su pareja de hecho.

-Sí te digo, R, que si quieres que las churris entren en tu casa, pero no salgan (otra de sus frases míticas), no deberías dar muchas pistas de tu relación con Hugo. Los gatos espantan a las chicas, y las chicas con gato, que serían tu target ideal, a veces son rarunas…

Arriesgando mi reputación consolidada de agitadora de mesas, invito a mis compañeros de rape a opinar al respecto. Hacemos desfilar todos los tópicos sobre la convivencia de ser humano y bicho. Recuerdo las cajas de cucarachas vivas que U. compra para su iguana “la Nicole Kidman”, y me planteao que jamás conviviré con un hombre que meta insectos en casa, aunque sea tan buena persona, tan erudito y tan divertido como U.

-A Hugo le va a sentar fatal que se instale una mujer, ya te lo digo. Los gatos son muy territoriales.
-Pues las mujeres, ni te cuento.
-No todas… Las hay que no se dejan el cepillo de dientes en tu baño.
-¿Y qué me dices de las que llevan el kit de las lentillas a la tercera noche y ahí se queda?

Gatos, mujeres, series HBO, cucarachas, literatura…Policía Montada del Canadá. Se levanta la mesa y pienso que la cosa no ha ido mal del todo, definitivamente. Que una cena con okupa es una bendición del cielo y que es absurdo perseguir a los malos a caballo y con esos uniformes rojos tan tontos y elegantes.

Como ir al Carrefour con un modelazo de Gucci, pongamos.