Castilla

Me he propuesto vivir de espaldas al fútbol, ya que no me es posible darle la espalda a la campaña electoral. El fútbol y la política son, con el sexo y la religión,  los cuatro temas prohibidos a la mesa con desconocidos según las reglas de maricastaña. Ayer A. llegó glosando una cena profesional en la que el marido de una de las invitadas -un pijo energúmeno, perfumado de más y zafio de entendederas- le había preguntado a bocajarro si él, un perfecto extraño, era en la intimidad “activo” o “pasivo”. A, que es gay y de probado buen carácter, apenas levantó una ceja antes de carraspear, pero no le quedó otra que despejar balones cuando el otro insistió en “si le daban o daba, si era el hombre o la mujer de la pareja”. Mi amigo no daba crédito, y en la mesa se había hecho un silencio engrudo. El patoso, lejos de avergonzarse, prosiguió su discurso insultando al “Coletas” en campaña con toda la artillería pesada de su ignorancia pasada por la piedra de la insolencia más grasienta. Todos rezaron porque al fin se hablara de fútbol.

Sta María la Real de Nieva

El domingo fui invitada a un plan de campo con un grupo de cálidos semidesconocidos en donde no se habló de deporte pero sí de política, de sexo, de cómo dejar al terapeuta, de si es mejor o peor que plantar a un novio. De por qué a una edad determinada uno a veces abandona a los amigos de ayer porque ya no le llenan. De si la infidelidad en la amistad puntúa doble. De enredos de familia, de las bondades del chorizo de Salamanca, de la belleza de un claustro con sus capiteles góticos, de depresiones y química milagrosa…De la vida y sus relieves, mientras el campo castellano nos regalaba un espectáculo de espigas que eran el mar en oleaje tranquilo y bebíamos cerveza en un chill out improvisado con hamacas  a ras de suelo, sillas antiguas desencoladas y primorosos manteles de hilo que un día fueron ajuar. La sensación de intimidad era plena, volaban torpemente golondrinas entre los muros de piedra y la desconocida del grupo que era yo no hubiera tenido ningún problema en hablar de lo que fuera. Incluso de si soy activa o pasiva en un momento dado. Hombre o mujer entre las sábanas. Loca de atar o sólo desorientada por culpa de una geografía plagada de rotondas diabólicas.

Bien pensado, uno debería presentante en sociedad con las cuatro credenciales temáticas del apocalipsis, tomar aire y arrancar: “Me llamo X, voto desde el desaliento y apelo a los estertores de mi ideología pasados por el tamiz de mi sentido práctico  antes de besar sin convicción a un candidato que no me devuelve el beso. Mi fe es el oído para la trascendencia, entro a las iglesias pero nunca está dios. Si acaso un monaguillo rascándose la oreja. Pero creo que el cielo existe y es un coche con las ventanillas abiertas y una cantata de Bach a todo trapo en un mirador con vistas a un embalse calmo. El sexo lo prefiero enredado,  mecido en delicada furia y dulce de retrogusto. Doy o me dan, no podría asegurarlo cuando se borra el contorno de los cuerpos. De niña solía jugar al fútbol en la calle, y me queda el recuerdo de mis piernas ardiendo tras el balón, la cara roja y pulso en las sienes hasta que la voz de mi madre, desde la ventana, nos llamaba a cenar en esos veranos eternos de ciudad y llenos de euforia.

No sé quién juega hoy en la Eurocopa, pero si España llega a la final saldrá de mí un ardor guerrero que no llega ni de lejos al que se me apodera cuando mi hija salta al terreno de juego con su coleta al viento y las rodillas llenas de moratones, y cabalga por la banda y dispara el balón a portería. Y mete un gol, o no lo mete. Y se me sale el corazón y otras vísceras calientes por la boca. Y soy una bestia madre. Lo que más.