Sostiene SP, citando a Freud, que la anatomía es el destino. Y enseguida se lanza a comparar a dos mujeres, la que amó y aún zascandilea y la que ama con tiento y con lujuria sabiamente orquestada: “El estilo de JX es la racionalidad exquisita, el lenguaje bien articulado, un cierto formalismo capaz de desbocarse: el evangelio de BK es no poner barreras,(…) abrirlo todo y que así pueda uno sentir y respirar libremente, reír, llorar, crecer, diluirse. Las entiendo a las dos”. (“Cuaderno amarillo”. Random House)

Que un hombre mayor hable de su “falo ávido” con el mismo desparpajo que lo hace de Max Weber o  de la Sonata para cello y piano nº3, Op 69 de Bethoven merece toda mi consideración. Sin embargo observo que tres diarios después -en ese desorden cronológico azaroso que cultivo- empieza a irritarme levemente su aproximación al yo erótico. Con ese toque tántrico no exento de poesía y tantas cenas con Moet Chandon y achaques varios que ahoga con chutes fuertes de escritura y vitamina B.

Puede que sea mi condición primigenia de niña de las monjas. O puede que mi imaginación sobresaltada asimile con retardo el paso de la filosofía al orgasmo y a las flemas. O que leer tres libros seguidos del mismo autor sea un exceso, como comerte tres bloques de foie con una copa de vino (o dos, tal es mi límite) las noches de los jueves en que me recojo en eL sofá con manta en las rodillas, luz queda y silencio de iglesia y de vela de jengibre.

“De pronto mi falo cobraba, rellenaba, su más alto simbolismo, su plenitud real, una novísima energía arcaica, la desfachatez del candor”.

Desfachatez. De eso se trata. Pero qué precisión de las palabras, que manera de apagar el fuego a base de adjetivos bien cebados. Todo ser racional con base apasionada -lava interna-sabe lo que relaja acotar el sentimiento. Es una forma de ponerle puertas y orden. De neutralizar el miedo al caos, al despelote. S.P, sin embargo, consigue que te pongas en el bando de las mujeres. Esas que los pijos llaman “niñas” (“es una niña muy mona”) y los niñatos pibas.

(Inciso inoportuno: Reducir una mujer a su condición de niña es una forma de mermarla y poseerla, me parece. Cuidado con los nombres que nos domestican y reducen como cabezas de jíbaros. Ni ella es una niña ni tú un pedazo de hombre, te diría. Una mujer te mirará de frente, la niña desde abajo. A la altura de tu falo, puede que más al Sur. Una mujer expresará lo que siente y necesita; la niña esperará el maná, como espera que la pelota caiga del cielo tras pegarle muy fuerte. ¿Es eso lo que buscas?).

S.P, burgués de padre indio, no reduce a las damas; las corteja con tino, las rodea con lengua y con destreza. Asume que ellas aman esa vulnerabilidad que no se oculta trufada de solvencia intelectual. El ballet en la cama. Las largas conversaciones de paseo enlazados los cuerpos, la noche y esas nieblas catalanas. Y siempre mantiene una cierta distancia, una banda de oxígeno que le permite mirar y describir; utilizarlas para entenderse él, libre de cargos y ahíto de experiencia. Capturar los mosquitos en la gota de ámbar.

Te entiendo fascinante, querido S.P. (¿Me dejarás tutearte, tres diarios después?). A ratos, muchas veces, estamos tan de acuerdo. “Resulta muy fácil, casi inevitable, dejarse llevar por la exageración en el amor, quiero decir en los simulacros de amor, adornar la mera complicidad mecánica, porque el sexo contiene virtudes terapéuticas inmanentes, el sexo es teatro animal. Sigo tu agitación y tu aplomo, sería presa fácil de tus encantos si no hubiera leído estos diarios. Aquel que se desnuda de palabra suele dar cierto miedo. No hay nada más político, ni más provocador que un yo sin vestiduras. Un striptease total que no ocultan el gorro y la bufanda. Un yo me acuso.

Verás que tu lectura me causa desvarío. Subrayo locamente, me hago mil preguntas hasta que el bostezo primero me abate y me reduce a ese estado somnífero que no admite más compañía que el abrazo sin verbo. Escribir es un verbo intransitivo, dices que dice Barthes. Y estamos tan de acuerdo que podría perdonarte hasta lo del champán. Tan relamido. Yo, puestos a preferir, prefiero la cerveza o un gin tonic bebido lentamente. Te compro tus iluminadas conclusiones, tus discos de Alfred Brendel, tus quejumbrosos catarros, si me apuras.

Pero no me hables más de tus eyaculaciones, de tu falo tremendo, por tu vida. Hay palabras que no admiten un verso. Y espejos que te devuelven tu imagen más grotesca, tus carnes más sombrías. La humanidad sin épica, descarnada y feroz.

En alguna parte, con alguna persona, hay que poder jugar a la verdad“.  Que empiece el juego.