Lo mejor del lunes es que todo empieza. Lo peor es que todo empieza y arrancar la máquina suele ser lento y laborioso.

Minichuki, esa sabia enana, propone que las semanas empiecen el viernes. Así, el lunes será jueves, un día que a todos nos cae simpático. Y nadie se quejará de un martes que fue sábado en origen, convengamos.

Los lunes la gente se arrastra por las calles y apenas habla en el autobús. Las madres regañamos con un plus; las hijas practican el porculismo olímpico y preparar el desayuno es subir la montaña de Sísifo. 

Hoy lunes, por ejemplo, la radio aseguraba que se ha roto el contrato social entre los electores -el pueblo- y los elegidos. Los contratos, pensarán algunos, están para romperse.

Yo suelo confiar en el contrato sin papeles. En la impresión que me causan las personas cuando las miro. Eso siempre que no sea lunes, porque los lunes me vuelvo porculera y trato de obtener una firma con sangre, preferiblemente. Un pacto entre caballeros a la fuerza.

Lo heroico de los lunes es salir indemne de sus garras. Leer el periódico, escuchar la radio, y seguir creyendo en el ser humano. En la nobleza y en la verdad.

Y luego fingir que es viernes.