Refugio ligero de mujer rodeada de instaladores

Ayer convoqué a cuatro hombres en casa para mí sola. Uno era un chuleta y llevaba gafas de sol oversize, me llamaba de tú y me daba órdenes con descaro de portero de discoteca. Su compañero pedía permiso para dar cada paso, la mirada baja y taciturna. El tercero era desenfadado y correcto, sonreía en una mueca adolescente cuando nos cruzábamos por el pasillo y no se desprendía de una bobina de cable muy larga con la que hubieran podido ahorcarse un escritor atormentado y puesto de crack y su camello. Su ayudante era silencioso como un vietnamita de película y no sé qué voz tenía, tal vez le pasaba lo que al indio de The Big-Bang Theory, incapaz de articular palabra delante de una mujer, pero me miraba como quien reverencia el paso pomposo y solemne de la Reina Madre.

Dos eran completamente calvos. Los otros dos lucían una densidad capilar envidiable. Ninguno pasaba de los 45 años.

Cuatro para mí sola.  Quién sueña un trío, pudiendo ser quinteto. Cuando lo dejé caer para romper el hielo de dos horas de silencio -“Nunca ha habido tantos instaladores juntos en esta casa”- el chuleta deslizó, sardónico: “Si quieres llamamos a más”. Me estremecí. 

Mi partyline de viernes tarde me tuvo clavada en el naufragio de mi hogar, mientras unos me “instalaban” mi cama -la de Carlos V, dadas sus hechuras y que me eleva un palmo más hacia el cielo que la anterior- y otros la fibra óptica con la que no veré mejor, porque no tengo tele por cable ni voy a tenerla. Me sobra con mi pequeña azotea al mundo que es este MAC machacado y una ristra de series que me tendrán entretenida todo el otoño y puede que hasta 2016.

Noté que me ponía nerviosa tanta invasión de mi intimidad. Los cuatro coincidieron en mi dormitorio, con mis perfumes desbaratados, mis velas perfumadas, los libros leídos y por leer, un par de zapatos que me había quitado apresuradamente al llegar a casa, mis cuadros, mis colgantes y sortijas…mi desorden. ¿Y si alguno abría el armario o la cómoda? No temía un robo, sino algo peor. La exhibición de mi vida con toda la crudeza que delata el contenido de un cajón. Así que me quedé ovillada en el salón, tratando de leer a David Grossman, pero noté que era incapaz de concentrarme. Tal vez la Gestapo encontraría un mensaje cifrado entre mis cosas. Algo que desvelara mis múltiples contradicciones. “Sí, dice que no le gusta el rosa pero en su cajón de lencería hay unas cuantas piezas”. O “detesta a las manirrotas pero he contado hasta 12 vaqueros”. O, aún peor, “tiene cremas distintas para una cosa y la contraria”.

No, no podía relajarme en absoluto. Sólo miraba insistente el reloj, y el VOGUE colecciones, siempre inspirador: “Bien por el regreso contundente de la falda lápiz, tan sexy, no creo que me atreva con las bomber, bastante espalda tengo ya, mis estolas de piel teñida vuelven a ser un must, no pienso revolcarme en los 70 total look, ¡qué hartura! Divertidos los vestiditos cortos, vade retro a los tableados y los tejidos brillantes, indultemos al encaje un rato más, el animal print ya no es tendencia, sino clásico absoluto, necesito ya mismo un chaleco de lana largo con solapas…”

-¿Tienes una escalera? (el chulo, con ese tú inquietante)
-Ah..sí, ya voy.

Dos horas y media después, el campo de Waterloo había sido despejado de hombres y olía a sudor rancio de trabajador exhausto. Abrí todas las ventanas, recogí algunos trozos de cable, ordené mi habitación como si fuera a pasar revista el más inquisidor de los censores. Busqué sábanas limpias, blancas inmaculadas. Las rocié de perfume, un Sisley retador que me recuerda a Persia, a Alejandría. Hice fotos del conjunto desde varios ángulos, se las mandé a varias amigas y a mi querida C.

Cama de Carlos V en Cuacos de Yuste

-¡Es una pura fantasía! Solo te falta el dosel.

Y hoy he soñado distinto, mecida en el babor/estribor de un colchón nuevo tan grueso que no pasaría la prueba de la princesa del guisante ni con un saco de Findus congelados. Y he sentido que los cambios, aunque sean pequeños, te alegran la vida. Y que el orden, ese que no llevo de serie, calma las tempestades y te prepara para un Otoño prometedor y libre de humos. Que me gusta mi casa, mezclada, caótica por zonas, multicolor e imperfecta como yo. Aunque en mi nevera se pasen las fechas, aunque una tira del parqué pida ser barnizada hace años, aunque siga rota la bisagra de ese armario de la cocina. Aunque las plantas agonicen a ratos porque olvido regarlas.

Y hoy mi reto será ordenar la librería Taj Mahal  en cuanto vuelva de correr. Cocinarme algo rico comprado en el mercado. Cambiar la luz del baño, ir a IKEA sin ansia y, al fin, treparme a mi Carlos V para sentirme reina, ama y señora, poderosa en mi torre de marfil sin ruidos, sin reproches. Tan a gusto.

P.D. Me repito con Bach, pero si pienso en qué música le va a mis planes, sólo me sale esta (en versión Pau Casals).