Debate a cuatro, ayer

“Acabaré un martes cualquiera porque si no te importa elijo yo”. “La Carga”. Jorge Meyer. Ed El Sastre de Apollinaire.

Mi vieja prevención contra los martes no es solo mía, lo cual tiene su parte buena -la compañía en la desdicha- y su parte mala -la evidencia de la vulgaridad-. Anoche además me acosté un poco tarde escuchando los salmos de los líderes en el debate a cuatro y eso se paga. Mariano, Pedro, Alberto y Pablo me parecieron tan civilizados como poco espontáneos. Con la lección aprendida por párrafos -indignaciones incluidas- y al pie de la letra, como si hubieran ido al mismo preparador gris pero competente de oposiciones.  Justo lo que le digo a mi hija la Artista antes llamada Minichuki que no debe hacer: “Entiende lo que lees, piensa cómo lo dirías con tus propias palabras y luego habla”.

Mi ascendente sobre mis hijas es cada vez más irrelevante.  Ahora son tres, porque mi ahijada se nos ha incorporado y nuestro gineceo hierve y se adapta con esa euforia de campamento de verano que tanto nos rechifla. Si no fuera martes y careciera de esta prevención de calendario, diría que mi familia se aligera cuando suma nuevos miembros. Más es menos, para entendernos. Mi ahijada, el primer bebé de la casa con el que he llorado de emoción el día que fui a conocerla al hospital  -fue la primera sobrina y yo aún no era madre- es una hermana para mis chicas y una hija a la que no debo educar, sólo tutelar. Tierna supervisión, en todo caso. En nuestro currículum íntimo hay un hit inolvidable: haberle puesto su primer támpax cuando era adolescente y la maniobra se tornó forcejeo (omitiré los detalles gore, ella no me perdonaría). Además, ha elegido estudiar la misma carrera que yo, mientras mi hija mayor hacía lo propio con la de mi hermana, que por supuesto es su madrina.

Jorge Meyer firmándome “La Carga”

Mis hijas, que la adoran, no pueden evitar ciertos repuntes de ¿celos? cuando notan que pierden en el reparto de atención: “Mamá, te estoy hablando, ¿me escuchas, o qué?”. Y escucho, mientras atiendo a la artista antes llamada M. que se ha rebanado el dedo de pie por ir descalza en la cocina y sangra como un cochino, o resopla un poco después mientras me pide que le eche crema por la espalda achicharrada por el sol piscinero sin protección UV. “Mamá, estoy hecha un asco, ¿es que no lo ves?”. Lo veo, lo veo… Sois tres, no los guerreros de Siam con sus caballos.

Una familia es un sistema que estalla y reverbera cuando entra o sale un miembro, y tras experimentar ese temblor debe reubicar cada pieza del puzzle. El impacto del meteorito obliga a los cuerpos celestes a desafiar sus límites y a veces a cambiar de órbita. Hay otro cepillo de dientes, otro cepillo de pelo, otra plancha para el pelo, un arsenal de zapatos, de jeans, de bragas… Cuatro mujeres y un verano por delante plagado de martes como hoy:

-¿Tía, a qué hora te duchas tú?
-A las 7.30, si te parece bien. Acabaré a las 7.40. OK?
-Vale, así mientras yo desayuno.
-Genial, chitina. Igual te acompaña C., que se va a las 7.45. ¿Te vendrás conmigo andando mañana?
-Ay, no, creo que quiero dormir un poco más.
-Muy bien. Que descanseis,petardas. Me voy a escuchar a esos cuatro hombres a la cama…

(Y me dormí pensando que era mucho más interesante lo que decían mis chicas, más espontáneo y transformador. Política doméstica, diríamos)

Me queda pues un martes cualquiera que tenga veinticuatro horas seguidas“… (“La Carga”)