Mi querida Big-Bang:

Mi cuento favorito es el de las tres princesas que cada noche se escapaban a bailar. Por la mañana sus zapatillas aparecían destrozadas,y el rey nadaba en su desconcierto. Un día les puso una trampa y las pilló en pleno delito. El castigo fue encerrarlas en tres tinajas y cerrarlas con pez (¿quieres que te lo cuente otra vez?). Sí, aquellos castigos eran gloria bendita, y no esas mariconadas de escarmientos que practico en mi rol de madre de hoy en día, moderna, monoparental y justita de autoridad.

La cosa es que yo llevo una princesa pendón dentro, de ahí que me falte determinación cuando veo los destrozos del calzado de las Chukis. Dentro de mí está esa chungua que se escapaba en bicicleta por la noche para ir a las fiestas a las que mi padre, el rey No, nos impedía ir en su afán de preservar una virginidad amenazada (si llega a saber lo innecesario de tal amenaza, nos hubiera dado carta blanca, el hombre). “Sois unas cabareteras” era su leit motiv de cabecera cuando mi hermana y yo osábamos retrasarnos 20 minutos de la hora, y llegábamos a casa con las zapatillas destrozadas y la virtud por todo lo alto.

Sí, yo he pasado media vida encerrada en una botija, macerándome mientras fuera sonaba la música y los príncipes de saldo se ponían las botas con mis amigas. De ahí que me exciten mucho más los sonidos que las imágenes. No hay nada más sensual que imaginar, tú sabes, y en el fondo lo que se cocía en esas fiestas de perdición eran inocentes rituales de cortejo cuyo clímax no pasaba de un sobeteo furtivo y muchos besos con lengua. “Manolillo me ha levantado el sujetador”, nos confesabe su novieta de entonces, y todas sentíamos que ese sujetador era como la bandera del equipo. Pero a ella, en el fondo, lo que la tenía en trance eran los besos. Mucho más acordes a una princesa bailarina y rapsoda.

Dirás que si he dormido mal again. Pues sí, nena, pero es que el asunto de las tinajas se mezcló en mis sueños con Pretty Woman, revisitada ayer veinte años después. Un cuento presuntamente inocente que a mi hija la tuvo pegada al sofá,fascinada por el noble oficio de ser puta. “A la cama”, le dije majestuosa cuando me di cuenta de que aquello no era muy didáctico, pero ella reaccionó tirándome la tinaja en la cabeza. Hay que ver el tirón de Richard Gere pre Tíbet y pre Dalai Lama. En el fondo, lo que ha hecho el tipo ha sido pagar con mantras el delito de haber protagonizado una historia tan peligrosa para toda una generación. Y tan injusta para las pobres putas.

Ser princesa está sobrevalorado, digo yo. Escaparse cada noche es una trabajera y el olor a pez es nauseabundo. La única tinaja en la que me sumerjo voluntaria es la del buen vino, si procede. Pero para llegar a este punto que tenido que quemar muchas suelas. Agotador, sí, pero ahora mismo, mal dormida y descangallada, saldría de puntillas por la puerta rumbo a una pista de baile, a la espera de que mi padre, el rey No, mande sus huestes a rescatarme.

¿Que cómo terminaba mi cuento favorito? Ah, sí…

Las princesas se escaparon
por un hueco que existía
que las llevó hasta la vía
del tren que va para Italia…
y en Italia se perdieron
y llegaron a Jamaica
se pusieron hasta el culo
de bailar reggae en la playa…

(Celtas Cortos)