El patriotismo, me temo, es un impulso a la defensiva. Un sentimiento reactivo. 

Digamos que uno va por la vida sintiéndose ciudadano europeo. Para eso hemos recibido la conveniente formación desde que entramos en el grupo de los grandes y cambiamos de moneda. La españolidad, hasta ese momento, se había cimentado en las películas de  Paco Martínez Soria y de José Isbert y en las canciones de Raphael. A mi generación le faltó señas propias de identidad y las de los mayores le parecían un poco repaletas, pero aprendimos a tolerarlas con el paso de los años, cierta condescendencia y los grandes fracasos en Eurovisión.

Para cuando llegamos a la juventud, Bienvenido Mr Marshall o El verdugo eran para nosotros obras maestras incuestionables, el “¿Quién maneja mi barca?”, de Remedios Amaya, un sketch de mal gusto, y España un país cada vez más moderno del que admitíamos la crítica y aún más la autocrítica siempre que fuera inteligente y que Arancha Sánchez Vicario y luego Rafa Nadal nos dieran alegrías sobre la tierra batida.

Berlanga lo sabía, pero se murió hace poco sin perder, por cierto, un ápice de su deslumbrante humor verdinegro. “Qué es eso que tienes ahí?” le dijo a una periodista que lo entrevistaba, señalándole el muslo. “Un cardenal”, respondió ella. “¿Tienes más?”…remató él.

El conflicto de Peregil fue un sobresalto patriótico, y dio pie a que en las tertulias se recordara aquello de  “Gibraltar español” que hacía tiempo que nadie decía en voz alta. El español de hoy, creo, ha perdido hasta la última escama de afán colonialista y sólo reza para no ser expulsado de las altas instituciones suprenacionales porque sospecha que volver a ser europeo de tercera regional no mola nada. Lo verde ya no empieza en los Pirineos. El cine ya no está para contar Vente a Alemania, Pepe, porque se lleva el género de terror o los delirios teen, tan internacionales que se ruedan con estándares alejados de cualquier tópico español reconocible. El Rey, la monarquía, se tambalean como el elefante herido, y esperamos que los Juegos Olímpicos Londres 2012 nos den la oportunidad de escuchar el himno para sentir el hormigueo del orgullo nacional.

Pero nadie perdona que los guiñoles franceses  se burlaron de nuestros deportistas acusándolos de dopaje, y nos dio una fiebre, una banderitis aguda. Y ahora llega Cristina Kirchner y nacionaliza Repsol YPF. Y el animal dormido del patrioterismo se despierta y vocifera. Los editorialistas afilan sus plumas y los taxistas dispersan la tinta urbi et orbe con gritos del tipo “ya está la tiparraca esa dando por culo. Ahora nos subirán el precio del gasoil” (cita textual).

Y, de nuevo, a la defensiva, resucita la bestia de la defensa de patria más burda y testicular.

Y entones miras esas fotos de la jura de bandera de tu padre con distancia, y te da por pensar que el patriotismo no puede ser un sentimiento a la defensiva como el amor no se demuestra con los celos. 

Y que pase lo que pase, nos sentimos europeos. A pesar de la prima de riesgo, de los ruidos de sables de los mercados y de Angela Merkel.