Mi amiga C. ha tenido un retraso de veinte días. A sus 45 años. Ella, que no ha querido nunca ser madre, se sorpRendió a sí misma fantaseando con la idea de un bebé y una maternidad añeja pero plena. Y se personó rauda en la farmacia.

Quiero un test de embarazo.

Inmediatamente todas las miradas se clavaron en ella.

Al llegar a su casa llamó a su madre, sofocada. “Mamá, creo que estoy embarazada. No me viene la regla desde hace veinte días que me tocaba”.

La respuesta de su madre fue demoledora:“Anda ya, hija, eso se llama premenopausia”.

Mi amiga C. pasó en minutos del bochorno en la farmacia a la indignación al teléfono. Se sintió incomprendida, se sintió vieja. Ahora solo le faltaba comunicarle sus temores a su pareja. Que reaccionó superbien:

-Ya sabes que yo no quiero más hijos. No puedo tener más hijos. Fin de la discusión.

En un tiempo récord mi amiga dudó de su amor, dudó de su cuerpo y dudó de su madre. Demasiada fragilidad cuando se supone que ya no estás para ese tipo de sobresaltos.

A los 45 tu cuerpo pude jugarte malas pasadas. Las hormonas parecen divertirse fingiendo una juventud que se les escapa. Y las madres, que veinte años atrás se hubieran desmayado con la noticia de un embarazo no deseado, se burlan de ti porque has pensado que tal vez, que era posible ganarle la partida al reloj biológico. Empezar cuando otras llevan más de quince años levantando niñas de la cama por las mañanas.

Mi amiga C. se hizo su test de embarazo en soledad. Espero impaciente el minuto que decía el prospecto que tardaría en salir la señal. La fumata blanca o negra. Salió negra. Un alivio, desde luego.

Pero…¿Y sí….?

Crisis de los cuarenta