“Yo es es que soy muy extrovertido, ¿sabes?”

El extrovertido, en realidad, es un pirado que me ha puesto en un aprieto en el autobús con la coartada de su carácter desatado. Hay cualidades irrebatibles. Se supone que si eres extrovertido todo vale porque es una virtud. Que a menudo se confunde con hablar sin pensar previamente. Sin filtro. Ir por la vida como un mono con una metralleta.

Pues no, yo no soy extrovertida ni falta que me hace. El tipo de ayer escuchó mis llamadas telefónicas y las comentó sin pudor, me dibujó en una servilleta de papel y me preguntó mi nombre, si tenía hijos y cuál es mi trayecto habitual a casa. Para ser extrovertido era un poco serial killer, el típico ser de aspecto inofensivo con la camisa medio metida por el pantalón y una mirada errática bajo los cristales grasientos de sus gafas. Y cierto parecido con el protagonista de Fargo, el asesino de una de mis pelis favoritas.

No sólo los extrovertidos tienen patente de corso. También los creativos. Si eres un capullo pero con ideas sorprendentes, el mundo te aplaudirá. Ya puedes maltratar a tu pobre Milena que has inventado la teoría de la relatividad y los adolescentes lucirán camisetas con tu busto de sabio loco. Sí. Sabio, loco y maltratador. La nómina de artistas que han atormentado a su entorno más directo es infinita, y eso no impide que sus cuadros alzancen pujas multimillonarias.

Ser bondadoso, sin embargo, carece de todo sex appeal. Como ser justo, honrado o ecuánime. No conozco a nadie que haya sido bendecido por un grupo de rock por semejantes cualidades. Sólo la iglesia se aviene a nombrar beatos y santos, y pasan sin pena de gloria porque se consideran meapiladas. Otra cosa es que seas santo y creativo. O tal vez santo y extrovertido.

Aunque mi favorito es el “sincero”, que suele ser un tipo que te dice las cosas a la cara, sin anestesia y sin que nadie le dé pista de aterrizaje. “Yo es que soy muy sincero, ¿sabes?, y si te digo esto es por tu bien”. Si te dan por saco por tu bien, sal corriendo. Seguramente el bien que contemplan y el tuyo se parecen como un dedal a una mosca del vinagre (y este ejemplo no es baladí, presuntamente la mosca del vinagre es como el ser humano a efectos de experimentación. Y eso lo han descubierto los científicos. Esos seres que pueden echarse a dormir porque la vitola de la ciencia otorga respetabilidad. Miren si no a Menguele durante el nazismo…).

Con el tiempo he llegado a la conclusión de que me fío más de quien se me presenta como “soy neurótico”,”soy bipolar” o, directamente, “soy insoportable”. Al menos ya sabes por dónde tirar y si te pinta en el trayecto de tu casa al trabajo y te dice que dejará un catálogo de su obra a tu nombre porque tus manos de pianista y esos nudillos de inteligencia volcánica no se ven todos los días, pues sales por piernas y cierta compasión dado que es un enfermo.

Lo dejo, no sin antes resumir mis impresiones en un consejo general: cuidado con los extrovertidos. Revisemos la presunta bondad de ciertos adjetivos y miremos con especial recelo a quienes empiezan sus frases con la coletilla “yo es que soy una persona muy humana”.

Fijo que ocultan a un extraterrestre con aviesas intenciones.