Tengo un prodigioso talento para olvidar aquello que me da pereza. Odio las listas, pero cuando la desazón del incumplimiento me impide dormir, agarro un trozo de papel y algo que escriba (la barra de labios es el recurso extremo) y procedo con fastidio inevitable:

1-Comprar reloj de cocina. Sigue ahí colgado, varado a las tres y media mucho antes de que entrara en vigor el horario de verano, y seguimos mirándolo por si se lo piensa y vuelve a funcionar. Es un reto para las chukis y para mí adivinar qué hora es.
2-Arreglar el teléfono fijo (llevamos 15 días sin él y no ha pasado nada, pero hay quien se queja de que no estamos. En realidad es cómodo fingir una ausencia prolongada y casi vacacional)
3-Poner pilas nuevas al mando de la tele (a veces cambia el canal, a veces no. Pero cuando sucede nos alegramos como si se hubiera obrado un milagro. Hay cosas que el dinero no puede comprar. Para todo lo demás Mastercard (gran claim, sí señor)
4-Llevar ropa al tinte. Sucia no te la pones, lo que simplifica la tarea de elegir la apariencia diaria.
5-Encargar Nespressos (se acabaron hace dos meses. Tiramos de malas copias de supermercado. Tampoco es para tanto)
6-Comprar el libro “El filósofo declara”, de Juan Villoro (de este asunto tengo pendiente hablar en un post. Juan Morali dirigió el otro día una lectura dramatizada tan brillante que salí en trance a la calle y me perdí por Lavapiés. Juan, ¡¡haz el favor de mandarme fotos o video ya!!)
7-Bajarme un programa llamado Endomondo para registrar en el móvil mis progresos a la carrera (me aseguran que te habla al oído: “vas a seis por hora, pedazo de vaga” y cosas así).

Endomondo

8-Pedir cita en el dentista y, ya de paso, en el traumatólogo y en el neurólogo y…(Lo siento, me niego. Todo lo que acabe en “ólogo” ha dejado de interesarme).

Moraleja: casi todo lo ¿necesario? es prescindible. Eso sí, te obliga a manejarte en ciertos parámetros de incomodidad, pero aquí nadie protesta. A lo que nosotras llamamos resistencia o supervivencia mi madre lo llama dejadez, abandono o vagancia. Tanto da. Las chukis y yo hemos decidido que lo verdaderamente importante es que no falte el chocolate para nuestros picos de empalago amoroso (suelen ser nocturnos, mientras deglutimos como podemos a la rubia anodina del Telediario) y agua rica para acompañarlo (poleo, mate, boldo y cualquier hierbajo depurativo).

Tu casa a juicio

Cierto es que llenar la nevera y tachar dos o tres asuntos pendientes de la lista te produce una euforia descomunal. Semejante a que te toque una Bonoloto. A la madre tan imperfecta y poco sacrificada que me habita, invadir el frigorífico con frutas y hortalizas le permitió dormir ayer una siesta de alta competición (faltan la carne y el pescado. Ya están apuntados en mi lista). Hora y media con sueños incluidos que sólo la buena conciencia permite (con la ayuda imprescindible de un tostón de película de George Clooney sin canas de la que debí ver diez minutos, abrí el ojo brevemente cuando era obvio que se liaría con Michelle Pffeifer y pillé los créditos del final (creo recordar que en la banda sonora había una canción de Tom JonesHave I told you lately?- que siempre prefiero en la versión arrebatada de Rod Steward.

Sí, Rod está en la lista de mis imprescindibles (expresión importada del programa “Tu casa a juicio” (Love or list it), que nos rechifla pese a su cutreformato y a que David nos cae fatal). Y también salir hoy con mis amigas de la universidad a disfrutar nuestro plan estrella: brunch+cine tempranero. Y en mi lista pone: comprobar el recorrido de la maratón. Y vive el cielo que lo haré porque no hay pereza que valga para el reencuentro.

Para todo lo demás…