Mi querida Big-Bang:

Sofia Coppola es una mujer que viste blusas de una levedad extrema, se peina la melena como una niña buena y resulta modernaca que te mueres. Yo, con esas blusas con chaquetita boba, parezco justamente eso, una boba a la que un señor engañaría con un caramelo a la puerta del parque de atracciones. Y esa es la propuesta de los escaparates de primavera. Miedo me da, porque mimetizarme, junto con somatizar, es una de las cosas que mejor se me dan en esta vida. Yo me pongo mi chupa de cuero, mis jeans negros marcavenas y el tacón de mamarracha y ejerzo de dominátrix. Pero si hago lo propio con una camisa de popelín a conjunto con falta estampada con micromotivos florales en tonos pastel, bastante por debajo de la rodilla, me llamarán los Legionarios de Cristo ipso facto para abrazar su credo. Y, lo que es peor, fijo que acudo a la llamada.

Tanto denunciar a John Galliano -con mucho fundamento, of course- pero a nadie se le ha ocurrido que las propuestas de la moda pueden cambiar a toda una generación de grupies. Ahora las ñoñas y los lánguidos invadirán nuestras aceras, y muy mal se nos tiene que dar para que eso no vaya unido a la resurrección de Grease, del algodón de azúcar y de los discos de Devendra Banhart. A más a más, puede que el pick-up (léase como se escribe) vuelva por sus fueros y se cargue el debut flamante de la I-Pad 2. Ese gadget que deseo con una desesperación impropia de mi nueva blusa estilo Coppola.

Porque, claro. No es que ella sea mejor que yo (ejercicio 1 de autoestima). Es que lleva los genes de Apocalipse Now y de El Padrino en las venas. Y con tanta ponzoña ya te puedes disfrazar de Genoveva de BravCuoreante (el popelín está haciendo su efecto) que sigues manteniendo un sexycool enguapecido y distante. Sofia es mucha Sofia, y puede permitírselo todo, hasta hacer anuncios con maletas de Vuitton con papá, sentados ambos en un prado verde de anuncio de Ariel. El “marco incomparable” para un vestido lencero y vaporoso que si me pongo yo no pasa de camisón de chica limpia y nada libidinosa.

Porque también puedo optar por copiar el look de mi idolatrada Kate Moss. Malota, antipática y siempre adorable aunque el Cuore se empeñe en sacarla con camiseta de churrero, michelines y unas mechas en estado de descomposición. El problema es que si me esfuerzo mucho lo mismo termino del brazo de un tipejillo rockero emporrado hasta las trancas. Y para eso estoy mayor. Y me sobran dos tallas. Y me faltan 10 centímetros.

Así que aquí me tienes, con el armario abierto y sin saber por dónde tirar. El evasé o la seda fruncida, el jeans a la arena o el cargo gris piedra. Con tanta indecisión, me temo lo peor. Acabaré vestida de Julie Andrews y me ligaré a un viudo con tirantes en la puerta de un Burguer King. Planazo de viernes.