-Créame que a veces siento lo que digo, e incluso, aunque sea mujer, lo que digo con la mirada…
-¿No está siendo cruel consigo misma?¿Sentimos nosotros realmente lo que estamos sintiendo? Esta conversación nuestra, por ejemplo, ¿tiene visos de realidad? No los tiene. En una novela no sería tolerada.  (Fernando Pessoa. Libro del desasosiego. Acantilado)

Cuando tengo un ataque de puntuación o de irrealidad tiro de Fernando Pessoa. El escritor luso me parece un mago de los puntos y las comas. Las exclamaciones, los interrogantes. El sentido de fantasía y realidad. Me exasperan los lentos y los que meten comas como clavos en el asfalto que te pinchan las ruedas y te obligan a detenerte en un cruce inhóspito en medio de la lluvia sin razón aparente. La pausa, sin embargo, la valoro como un aliento leve en la carrera. Para coger fuerzas, lo justo y necesario. Vitamina para runners optimistas.

Me excitan los puntos, sin embargo. El vértigo alegre que imprimen a un párrafo subido a la montaña rusa más alta del planeta, (que siempre está en el Guinnes y nunca probaré). De la literatura, de los textos que leo, expulsaría a veces los pronombres y a veces los adverbios. El adjetivo emblemático. La expresión sobada y pretenciosa “poner en valor”, muy de ministro débil. De las personas, los laberintos que son meros adornos, imposturas. Y de Pessoa nada, me lo quedo enterito, con su saudismo y su melancolía, sus gafitas redondas, su abrigo desahogado y su vigor de puntuación. Exacto, meticuloso, la virtud con estracto puro de poesía.

Me estorban esas comas, sigo, que son innecesarias e introducen  abúlicos, inseguros,  pomposos, tristes, cobardes, diletantes. Atracadores de estusiasmo ajeno. El pensamiento es un rayo, salvo que uno se empeñe en constreñirlo a tres frases que podrían ser una. La impaciencia es el octavo pecado capital. Eso y las ilusiones. (Nadine, llamémosla así por el momento mientras toma cuerpo y nervio en el relato que me ocupa, sentía que en un mundo sin comas, proustiano pero escueto,  hubiera encontrado su pasión. Su entereza dañada, las joyas de su abuela, el vodka imprescindible y al hombre de su vida. El rigor imparable de quien sabe lo que busca y no se enreda en el camino).

Saber no tener ilusiones es absolutamente necesario para tener sueños“. Lo dice Pessoa, es un amén, y vale para adornar la carpeta de cualquier adolescente con acné en el corazón o el discurso de un aspirante a Lincoln, a Gandhi de ocasión. Para espantar fantasmas que nunca fueron más que humo lo mejor es toparnos con ellos en un antro donde dejan fumar y menudean los tipos con dos puntos que preceden una enumeración, una certeza, el destino. La alegría de no resbalar con el paraguas. Borrar de un plumazo dos páginas del libro. Y que nada suceda, y que nadie se entere. Oscuridad.

P.D. Me llega cada día un libro de autoayuda. Bazofia literaria con tapas llamativas. Me río y lo tiro a la basura. Me pregunto quién piensa ahí fuera que necesito tanto. Igual son para Nadine, tendré que preguntarle. O es una venganza por exigir Pessoas al mercado de abastos, de peras y manzanas.

¿Conoce alguien las fronteras de su alma para que pueda decir —yo soy yo?
Pero yo sé lo que siento, lo siento yo.

En realidad, convengamos, Pessoa era un bolastristes. Un amargo que desnudo de heterónimos, de palabras, de puntos y de comas se quedaba en nada. Un pobre infeliz revolcado en la tristeza como motum. Un poeta mutilado. Un descreído. ¿El clásico revientasueños?