A mi abuela le chiflaba el término unisex. Debía parecerle moderno y retador.

La moda unisex tuvo su momento, pero enseguida volvieron las mujeres por sus fueros reclamando la cintura y el relieve de las curvas que dios les dio. Ponerse la camisa de un novio fue siempre sexy, pero ir con sus vaqueros tras una noche loca y sin repuesto en el armario era un desatino estético.
Lo más revolucionario de la serie Ally MacBeal era el baño común. Un reducto de delirios donde Allie y Bizcochito mantenían conversaciones disparatadas y donde chocarte con el jefe en el lavabo se antojaba prometedor y glamouroso.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte observo inquietantes movimientos de intercambio entre géneros. Lo que más obsesiona son las cejas. Cada vez hay más hombres que se las depilan como vedettes de revista travestona. Al principio la cosa era de la avanzadilla gay de gimnasio. Chulazos de músculo y azoteas que jugaban al despiste con una delineación sobre sus ojos que ni Sara Montiel en La Violetera. Después fueron los actorcillos calentorros de serie adolescente y algún torero. Ahora los veo por doquier. En los institutos de secundaria, en las comisarías de policía (la pasma se depila fue mi mantra de ayer), en los bares y en el autobús. Y, lo siento, lo encuentro espantoso.

No es que crea que ellos deban mantener la ley de la selva por toda su anatomía. La tribu de los osos tiene su público entre el que no me encuentro. Pero una cosa es segar parte del cesped y otra convertirlo en un green de golf. Tampoco comulgo, vamos a ser paritarias, con la eliminación total del vello púbico en las mujeres. Cuando iba al gimnasio solía turbarme la imagen de las señoras desnudas como púberes de once años pero con carnes y firmezas de cincuenta. Y ahora pienso en cierta actriz española, mamarracha como ella sola, que necesitó un postizo para rodar cierta película de alto contenido erótico porque se había depilado el sexo para siempre jamás.

Añadiré que un hombre depilado íntegramente es como un pollo sin plumas. Asqueroso. Perdonen que me salte la corrección política a la torera. Puede que en el porno, como en la guerra, valga todo, pero eso no me impide abochornarme ante la visión de toda carne cruda que no sea un delicioso steak tartar.

Y lo dejo, porque mi carnicero, el de los piropos, pertenece a la liga de la ceja y lo mismo se entera y me da chuletas podridas. Eso sí, pido firmas de apoyo para terminar con la moda del unisex capilar. Al único depilado que acepto sin trabas es a mi idolatrado Dr.Spock. Las modas en el Enterprise son de otro mundo.