Anoche, mientras escuchaba con R. un concierto vibrante de Chano Domínguez en la sala Clamores, fui más consciente que nunca de mi incultura musical. Del Chano conocía su actuación en Calle 54 http://www.wommusic.com/2012/02/chano-dominguez-at-calle-54-oye-como-viene/?doing_wp_cron=1355657006.4268760681152343750000, la película de Trueba, pero nunca me molesté en investigar su flamenco jazz, ni su bolero jazz, ni su jazz jazz, que me dejó clavada a la silla bebiéndome con avaricia cada melodía mientras hacía lo propio y a morro con una cerveza en la mesa que compartimos por azar con una pareja de lesbianas pizpiretas que salían a fumar de cuando en cuando y se dejaban los bolsos, despreocupadas. Como si nadie que amara el jazz pudiera ser capaz de robar un monedero.

El primer disco de mi vida fue Breakfast in America, de Supertramp. Me lo pedí a los Reyes porque a los trece años tener discos propios era una señal de madurez y, sorprendentemente, me lo trajeron. Recuerdo la cubierta del vinilo, con una camarera gorda y sonriente que llevaba una bandeja y se parecía mucho a la asistenta de toda la vida de mis tíos, Mercedes. Una mujer cargada de hijos y de dramas que sin embargo te saludaba siempre con una mueca de optimismo. The logical song fue mi himno durante años y aún la canto cuando suena por la radio. Me sigue pareciendo grandiosa.

Mi amigo R. me había sorprendido instantes antes de comenzar a sonar el piano con una revelación, algo que yo no sabía y nunca hubiera adivinado: formó parte hasta bien entrada su juventud de los coros y danzas de su ciudad malagueña. “Me apunté para ligar, porque había muchas niñas. Y luego seguí porque era la oportunidad de viajar por el mundo”. A mí lo de los coros y danzas me sonaba muy franquista, y en cierto modo era así. La directora del grupo, al parecer,  procedía de la Sección Femenina. A R. la música regional le abrió puertas a la geografía del globo y de las mujeres. Y, secreto por secreto, le confesé que mi boda la amenizó un coro de joteros bizcos que parecían sacados de un casting de criaturas tullidas, freaks de cine “con voces prodigiosas, eso sí”, subrayé.

Si uno es lo que escucha desde niño, diré que durante el franquismo, y más allá, en casa sonaban zarzuela y música militar, y mi padre se desgañitaba con la fortuna de quien fue expulsado del coro por desafinar y por sordo. Con estas credenciales, sabiamente combinadas con la copla y el flamenco que mi abuelo materno atesoraba en su casa –Miguel de Molina, La Paquera de Jerez, doña Concha Piquer– se labró el ADN de mi incultura musical, que también puede llamarse eclecticismo en una operación de lavado de cara, y que se fue enriqueciendo con el pop de los ochenta que aún bailamos los de mi generación a poco que nos den un par de gin-tonics como coartada: Mamá, Nacha Pop, Radio Futura, Burning, Gabinete Caligary, Danza Invisible, Alaska&Dinarama, Golpes Bajos, los Secretos

Tener tanto made in Spain me convirtió, ahora lo sé, es una cateta satisfecha y remolona. Menos mal que en la pandilla había algún moderno que además de fumar porros nos abrumaba con sus discos de The Who, Duran Duran, Led Zeppelin, The Cure o The Scorpions. Todo muy guay, sí, aunque íntimamente siempre preferí los desvaríos con golpe de flequillo de Tino Casal y su Champú de huevo. Un artista aún hoy incomprendido que truncó su carrera en un accidente de tráfico y nos dejó huérfanos de tinte y a merced de Camilo Sesto y su “Vivir así es morir de amor”.

Creo que si sigo entraré en un bucle insaciable de nostalgia y con la reputación en la UCI. ResHacia los 20 años, pongamos, ya me había dejado conquistar por el Barroco y las sinfonías de Malher o Dvorak, en parte gracias a un novio melómano que, por cierto,  se había metido en el coro del colegio para ligar con las niñas del cole de al lado (al parecer es un viejo truco). Después he ido dejando que la música se colara por mis estados de ánimo y se quedara a vivir para siempre en casa y en el coche, donde la escucho a un volumen tan bestia que las chukis se me quejan. Fados, rock, pop, soul, jazz, flamenco, boleros, trova, pachanga de pueblo…Totum revolutum.

Y sigo experimentando esa alegría salvaje cuando alguien me habla de un grupo o de un artista que desconocía y me planto en Youtube y lo escucho y toca una tecla íntima que pulveriza cualquier barrera intelectual y es puro sentimiento. Droga dura.