“Eres más malo que arrancaó

El padre amonesta al hijo, de unos ocho años, que anda cabizbajo a su diestra, con el balón atrapado entre su brazo en jarra. Ignoro qué habrá hecho, pero le robo la frase de inmediato.

Los fines de semana, a los padres les da por salir a hacer deporte con sus hijos, sobre todo con los varones. No dispongo de más estadística que el vistazo, lo sé, pero mi muestra son los parques de Madrid. Las niñas, a una edad, se retiran del ejercicio físico a sus cuarteles adolescentes. Lo saben los profesores de los colegios, que contemplan la división del patio entre activos y pasivos. Los que salen a correr y pegar patadas a un balón y las que salen “a hablar”.

Yo siempre fui de las del grupo B. , mal llamadas marimachos. Jugábamos a “churro va” y a balón prisionero. Hasta que alguna un día decidía que ya era mayor para enseñar las bragas en un mal gesto y se sentaba con otras haciendo corrillo “para hablar”.  De repente los uniformes llegaban intactos los viernes al cubo de lavar, pero a costa de unos cuerpos que, entregados a los vaivenes de la adolescencia, se olvidaban de correr y saltar.

“He metido cuatro goles, y con el uniforme!”, me dice Minichuki. “Se van a enterar cuando toque chándal”

Y pienso que benditos diez años que consagran el chándal como una puerta hacia la libertad.

En el cole de las monjas tocaba chándal dos veces por semana, pero no podíamos llevarlo puesto desde casa. Como si fuera vergonzante ir de sport, impropio de señoritas. Eso sí, en los vestuarios del gimnasio las señoritas no tenían ducha, de modo que nos poníamos los leotardos, el poli y el pichi gris con estampado príncipe de Gales resudadas y cuando aún nos palpitaban las sienes de correr. Imagino el olor que despedíamos. Pero lo importante era recuperar la compostura uniformada. La apariencia y el decoro.

Churro va

El desquite llegó al final del BUP. Por fin podíamos ir de calle. Y abracé el chándal con pasión, como mi hija hoy. Dos piezas de algodón de colores y la sensación de no llevar ataduras. La libertad absoluta. Hasta que en COU, ya de colegio mixto, un cura malévolo y misógeno apellidado Pita da Veiga hizo un speech en clase asegurando que a las chicas en chándal se nos movían los culos como flanes. Recuerdo haberme sonrojado, pese a que no llegaba a los 50 kilos y mi culo era de mármol por entonces. Y también recuerdo que dejé de ir en ropa deportiva.

Ahora he vuelto al chándal y al deporte, y me junto con mujeres que se calzan las zapatillas y salen a correr. Y se les mueve el culo en un trote gozoso, como a mí. Y sudan, sudamos, al 6 o 7 kilómetros por hora. Y pienso en las monjas, en su escasa vocación por el fomento de otro esfuerzo que no fuera el intelectual. Y pienso en ese cura perverso más malo que arrancaó que censuraba a las mujeres. Y espero que Minichuki vaya en chándal muchos años.

Porque para sentarse a hablar siempre hay tiempo.  (Y, por cierto, Stella McCartney diseña chándals ideales para Adidas y las chicas Juicy Couture también)