Y entonces sucede que han puesto las luces de Navidad y aún no tocaba.

En el fondo somos animales de costumbres. Si me levanto y no hay cápsulas Nespresso dentro del tubo azul, o del verde, ya no podré tocar el piano. Si me dejé sin leer uno de los periódicos del domingo, el lunes ni siquiera los echaré una hojeada/ojeada somnolienta antes de aporrear las teclas.

Una acción debe seguir a la siguiente, o desencadenará una suerte de catástrofes mínimas pero devastadoras. Poner los pies en el suelo frío porque te dejaste las zapatillas en el salón es sólo una molestia, convengamos, pero la mejor manera de saltar de la cama con el gesto agrio, apenas un poco, pero suficiente para completarse al comprobar que no hay café. Que hoy te vas a tener que despertar a tortas.

Tal vez con los periódicos del domingo…

Me gusta la Navidad tanto como la temo. De ahí que la presencia de las luces en el centro de Madrid me resulte inquietante. Me están empujando a cenar en familia, a frecuentar los grandes almacenes y a ser feliz. Feliz por decreto ley.

Muy bien, voy a ser feliz, pero sólo si antes consigo una dosis Nespresso y tiro la prensa vieja a la basura. Sólo si me calzo las zapatillas y repito el camino que va de mi cama al teclado, pero esta vez mullida y acunada por unas huellas que no suenan ni dejan pistas.

Si nada más me contraría, despertaré a las chukis al grito de “es la hora de los Teletubbies”, como vengo haciendo desde hace años, y me lanzarán la almohada con rabia somnolienta. Pero si no lo hago, si simplemente les digo: ¡arriba, chitinas! no entenderán el mensaje y cuando se levanten tendrán esa sensación extraña y huérfana de andar sobre el suelo y desnudas.

El dios de las pequeñas cosas no es un título de novela sobrevalorada. Es el aire de nuestro tiempo. ¿Quién dijo que vivíamos sometidos a la señora Merkel? En realidad somos prisioneros de miles de tics que componen el engranaje de eso que llamamos equilibrio.

Y que puede romperse, de golpe, si te has levantado descalza y, al entrar a la cocina, has pisado algunas migas un segundo antes de comprobar que no quedaba café. Ni una sola cápsula de esa heroína sin pico que te pone en órbita cada mañana.

De modo que ya sólo me queda tirarme a la calle y fingir que no las veo. Que las luces navideñas son sólo la alucinación de una mujer llena de costumbres letales. Y que no es lunes, sino domingo.

Lo decían los periódicos esta mañana.