A los intelectuales de pega se nos pilla por el chascarrillo. Como  a “My fair lady” cuando, en las carreras de caballos y tras haberse logrado comportar como una auténtica dama, se le escapa quel glorioso “mueve tu cochino culo”.

El barniz cultural ha sido siempre eso, puro barniz. Suficiente para sentarse a la mesa con un grupo de señores y señoras bien vestidos y transitar por conversaciones variadas: un poco de moda, un poco de arquitectura, un poco de política y así. Lo malo es cuando a tu interlocutor le da por profundizar y te pone en un brete. Yo misma lo hago con pedantes del diez, confiando que mi barniz aguante el resbalón: Así, al chulito que se confiesa fascinado por Zhang Huan, el chinorris de las performances con filetes, le inquiero: ¿Pero te gustó más el paseo con chuletones o la inmersion en carne picada?” Y después me como un canapé de espárrago, ligero e insustancial como la conversación.

A lo que iba. Me pierden los chascarrillos. Las familias numerosas de clase media siempre hemos sido muy de ir a la frase hecha, imagino que porque es corta y te protege de las molestas interrupciones. Ayer L. me tendió dinero para un viaje de trabajo y me dijo: “Aquí tienes los 500 chapulines, ahora ya puedes ir como vaca sin cencerro”. Aún me parto de risa recordándolo y me imagino a mí misma en el Caribe a la carrera y sin GPS.

La de los chapulines, que es una mujer divertida y alocada, anda obsesionada con los hippies. Dice que con la crisis a todos el mundo le ha dado por ser hippie “a la buena de dios”. Y después de descojona (con perdón). Tiene razón, el miedo nos lleva a la desidia, y de ahí al desaliño intelectual hay un paso. En tiempos de vacas flacas (con o sin cencerro) la imaginación debería correr como alma que lleva el diablo (venga chascarrillo). No podemos sentarnos a esperar que pasen las nubes negras con un grueso chubasquero y el vacío en tetrabrick.

Me parece buen momento para desempolvar las sentencias relativas, mirar de reojo a los eruditos huecos, raspar el barniz, coger un billete de avión y echarse al prado a retozar como vacas sin cencerro, ajenas a los pedantes de salón con discursos prefabricados que viven para contarlo.

Ser hippies, pero con suavizante en el pelo y cama propia.