-¿Por qué aplauden más al director de orquesta que a los cantantes?

Ayer mi adolescente estaba perpleja mientras el público del Teatro Real aplaudía a muerte a Ricardo Muti, que saludaba con gestos calculadamente regios y un punto estirados, convencido de su aúrea de dios que acababa de resucitar al Don Pasquale de Donizetti.

Le expliqué que la ejecución depende mucho de la dirección y blablabla. Pero ella no estaba del todo convencida de que un primer violín, supongamos, pueda interpretar sin más o entrar en un trance tan sublime que tiemblen los velos del teatro. Le expliqué que dirigir es entregarse al otro para sacar de él lo mejor de sí mismo, eso que ignora que tiene y sin embargo está ahí,  dormido en un rincón.

Ricardo Muti es un director controvertido que acumula premios y leyenda. Pero ayer la polémica no impidió que los espectadores se rindieran a sus pies, ansiosos como estaban de recuperar un repertorio clásico que Gerard Mortier sirve con cuentagotas para alborozo de los modernos y desolación de las señoras con visón.

La música, una vez que arranca la obertura, no entiende de divismos. Mi adolescente y yo veíamos a Mutti metido en el foso de la orquesta desgranando notas arriba y abajo con una elegancia apasionada tal que a ratos me sorprendí observándolo a él en lugar de hacerlo al escenario. Pensé que la entrega absoluta es lo que diferencia al genio del virtuoso. Muti era Donizetti resucitado que nos contaba una historia de engaños con moraleja mientras el respetable despedía el domingo con la sensación de que nada malo le podía pasar, al menos durante dos horas.

Ricardo Muti

La música es una droga que te permite extasiarte mientras fuera caen las bombas, truena, graniza y las familias se preguntan qué pasará mañana. El lunes es siempre el enemigo, pero se le puede ignorar con displicencia mutiana si te transportan a un tiempo pintado en una reja donde una mujer que porta un candil deambula mientras se oye, a lo lejos, la voz barítona de su amado que clama por su corazón.

Ayer mi adolescente y yo nos dimos una tregua de dos horas, y luego todo volvió a ser igual, pero distinto. Hoy busco a Muti por las esquinas y espero que su figura, elegante y soberbia, se me aparezca de un momento a otro, levante la batuta y se arranque por Mozart, por Verdi o por Salieri y me lleve en volandas y me envuelva en un manto que cura y  redime.

Lunes, aquí me tienes. Sin miedo y con el candil encendido, a prueba de dolor y de tormentas.