Amo la  literatura poco o nada práctica. Ya está la vida con sus grises para contarnos cómo proceder en cómodas recetas hechas a base de éxitos y quebrantos. Cuando abro un libro quiero proyectarme hacia intuiciones que antes no tuve, no diez consejos para ser la mujer diez. 

Y sin embargo detecto ciento ansia de utilitarismo. “No te lee ni dios porque no resuelves nada, nena”, me dice alguien que presuntamente me quiere. Perfecto, si yo en el fondo lo que pretendo es ser escritora de culto. “Pero de culto muy muy minoritario, de esos que descubren los críticos veinte años después de estar muertos y enterrados”, respondo en una pataleta de soberbia cuando en realidad toda la vida he sospechado de los autores con vitola de pocos amigos (pero exquisitos).

Hasta que esta mañana, aún de noche, he leído un interesante aunque desilvanado artículo sobre el tema. http://www.elpais.com/articulo/portada/secreto/dioses/elpepuculbab/20120114elpbabpor_3/Tes .Sobre la desgracia de pasar del selecto club a las superventas. Lo que me ha hecho pensar que el sello de culto revaloriza más a los lectores que al autor. En el fondo todos queremos sentirnos exquisitos, receptores de revelaciones que el mundo en general no va a conocer. Y cuando alguien consigue proyectar esa mirada sobre nosotros la vanidad se dispara. Y a veces se produce una suerte de efecto traje del emperador donde nadie se atreve a decir que el rey está desnudo. Y se llama esnobismo.

Lo peor que le puede pasar a un autor de culto es dar con una tropa de acólitos esnobs. Tiparracos de diseño que compran porque la etiqueta marca un precio tan elevado que sólo ellos y unos pocos más pueden tocar ese cielo. Lo peor que le puede pasar a un escritor de culto es ser en realidad pret a porter. Vila Matas, de quien no soy precisamente fan, nos regala en ese artículo un comentario que me despierta simpatía. Dice algo así como que él se hizo de culto primero porque vendía poco en España y después porque vendía mucho en el extranjero. Qué ironía.

Yo sólo aspiro a ser mujer de culto de una mirada parecida a la que Clint Eastwood le clava a Meryl Streep en esa película perfecta (que gustó a las mayorías, subrayo) llamada “Los puentes de Madison”. Quiero que me digan eso de que “hay certezas que sólo se presentan una vez en la vida”. Y que me hagan bailar en la cocina sintiéndome un ama de casa sureña y devastada. Quiero despertar, en fin, sentimientos minoritarios.

Y descubrir, de cuando en cuando, a escritores sin fama que me rozan el alma con relatos que alumbran poderosas intuiciones. Como Carlos Castán y su libro de cuentos “Sólo de lo perdido” (Destino). Un tipo al que no conozco en persona pero me asombra de cuando en cuando con unas líneas humildes pero exquisitas que resumen el dolor, la soledad y la sed de un más allá que no se sacia.

Sí, pensándolo bien es un honor sentirse lectora de culto. Y amar a Clint sobre (casi) todas las cosas.