Marie Kondo la destroyer

Mi nueva más mejor gurú se llama Marie Kondo y es japonesa. Una japonesa con una de esas sonrisas afables de azafata de congresos sin dolor de pies o recepcionista de balneario.

Marie-ko, así la llamo,  se ha forrado escribiendo libros sobre cómo ordenar tu casa para ordenar tu vida. Los manuales tienen esos títulos disuasorios de autoayuda que nunca comprarías porque tú eres una lectora muy sesuda y no pierdes el tiempo con lecturas para mentes fofas: “La felicidad después del orden” (Aguilar) o “La Magia del Orden” son dos de ellos. Pero si mi amiga MJ me recomienda algo siempre la escucho con atención. Y además, al día siguiente de conocer la existencia de la nipona en uno de esos largos y nutritivos paseos que nos damos, llegué al trabajo y en el lugar donde se dejan los volúmenes maulas que no quiere nadie estaba el de Marie: “Es una señal”, me escribió MJ.

Así que ayer pasé el día de la Raza -así se ha llamado tradicionalmente en Latinoamérica al 12 de Octubre- deslomada vaciando mis distintos zulos de zapatos, y no confesaré por sonrojo los que salieron. Algunos me los he puesto una vez. Hay dos pares de Louboutin que sólo he estrenado en el salón de mi casa porque su arquitectura es tan bella como impracticable, y otros que siendo elegantes o provocativos nunca pasan el filtro del conjunto ante el espejo.

Conté unos 20 pares prescindibles. Fotografié unos cuantos para venderlos en Wallapop (sin éxito hasta el momento) y reservé otros para regalar a mi hermana.  Cuatro horas después de empezar mi tarea de desescombro me sentía como si hubiera adelgazado dos kilos sin más esfuerzo que enviar objetos al destierro.

Soy una comadreja. Una Diógenes sin etiquetar que no llega a su estadío más crítico y se engaña a sí misma con la fantasía del ya lo necesitaré mañana. Acumulo flechazos, no historias de amor con los objetos. O eso he hecho porque hace tiempo que lo que compro y lo que me pongo se parecen, pero según Marie, si ni siquiera te acordabas de que existía algo es que no era importante en  tu vida (sí, las sentencias de la japo no son precisamente de alta filosofía, pero tienen la virtud de las verdades aplastantes y simples: las pilla cualquiera a la primera).

A los zapatos seguirá la ropa, y de ahí a los libros, el menaje de cocina y los cosméticos. Una vez que empieza el proceso ya no puedes parar. Todo se cuestiona en una fiebre maligna y destructora que te vuelve ordenado e implacable: “Si no me sirves ni me aportas felicidad, no te quiero en mi vida”, es el grito de guerra de los mariekondistas.

El acto de ordenar es enfrentarse a uno mismo; el acto de limpiar es enfrentarse a la naturaleza“, dice ella con su cara de buena. (Amén)

Espero no terminar expulsando hijas de mi casa, en este frenesí que me habita. De momento, cuando hoy he abierto el armario y he contemplado a los supervivientes de mi holocausto de ayer, he sentido algo parecido al alivio. Luego he leído unas páginas de Coetzee para contrarrestar el chute de simpleza y calmar mi ego maltrecho.

Y todo estaba bien, como el el Antiguo Testamento.