Mi amiga M. cumple 50 en un suspiro y anoche me llamó, poniendo fin a mi día de silencio autoinfligido, para contarme que ya tiene un local donde celebrar su fiesta. Nada extraordinario, desde luego. Pero es que hace dos días cumplió 40, y que yo sepa la máquina del tiempo era un asunto de ficción. Qué bobos los científicos.

M. es la mayor del grupo de la universidad, se demoró dos años porque un incendio le robó casa y destino, y su desgracia nos regaló la mejor compañera imaginable.

Ella, creo que lo sabe,  para mí es una madre. “Una hermana mayor”, como me reconviene su marido cuando se lo digo. No tiene hijos pero sí un instinto maternal capaz de llenar dos estadios de fútbol o el vientre de Moby Dick. Cuando mi adolescente era un bebé y yo empecé a trabajar fue M. quien me la cuidó. Le daba pan a escondidas y yo fingía que no me daba cuenta. Hoy, cada vez que viene a casa trae bolsas de chuches y yo finjo que me parece mal. Que si los dientes y las caries. Pero su gesto me conmueve porque es amor tenaz, dulce y desparramado,  y mis hijas la adoran.

M. y sus Amigas

Diré que a mi amiga que casi sopla los 50 la recuerdo siempre salvándome la vida. La primera vez en un dantesco Benicassim-Madrid -segundo de carrera- subidas a un autobús donde vomité hasta el cerebro. Yo olía a agrio y a desesperanza, y ella no se movió de mi lado en ocho horas espesas, pestilentes, que terminaron en un hospital.   Quería desaparecerme, vencida como un despojo sobre su hombro,  y ella me aplicaba una toalla húmeda en la frente. “Ya queda poco, ya queda poco”. Su último rescate fue este verano, cuando llamó de motu propio a un desconocido para explicarle quién soy y dónde están mis botones del pánico. No conozco a nadie en el mundo capaz de hacer algo así, venciendo su timidez y el temor a ser malentendida. No consiguió su objetivo, he de decir, pero volví a sentir su mano salvífica en mi frente.

-¿Te impresiona cumplir cincuenta?
-No sé…Un poco. Creo que debo hacerme una lista de cosas que deben cambiar en mi vida.

(Olvidé subrayar que M., como las madres universales, no saca su desaliento a pasear a la primera. Se lo come con patatas y regala optimismo aunque esté rota por dentro. Quienes la conocemos sabemos que algo no va bien cuando habla mucho, deprisa, te interrumpe, o  se queda callada con la mirada lejos)

Ayer fue como siempre, saltamos de la Navidad a los cincuenta. Los hijos, los trabajos, las lecturas, el pulso cotidiano de los días.

-Bueno, te dejo ya, ¡Qué ganas de que llegue la fiesta!.
-Te llamaré antes, con las uvas. Dale un beso a las niñas.

P.D. M., ya termino, es París puestas de Biodramina y mucha nieve en Munich. Un Austria con multa y ópera de Wagner en el gallinero y un topless en Mallorca sin enseñar el pecho. Es la playa de secano y el éxito de pareja. Es 99, la de Maxwell Smart. Es, sobre todo, la guía de un grupo improbable que se hizo fuerte a la sombra de sus ramas. Creo que todas lo sabemos, y lo celebraremos cuando sople sus 50. Esa hoguera incombustible que es su amistad.