Cada verano, el día antes de vacaciones, hago algo que podría impedirme ir de vacaciones. Algo a lo grande, me refiero.

Verano 2014: llenar el tanque de gasoil con gasolina (¿O era al revés?), justo después de haber lavado el coche a conciencia y pronunciado con la tradicional pompa las palabras mágicas de madre motivada: ¡Chicas, estamos de vacaciones! (es nuestro “Viva San Fermín”)

Verano 2015: Tomarme por error un ibuprofeno en lugar de un paracetamol. Aparentemente no es para tanto. Antinflamatorio v.s analgésico. Si no fuera porque soy alérgica al primero. Para mí viene a ser como los ajos para el conde Drácula. Así que camino del Retiro empecé a sentir esos síntomas familiares del picor de garganta y dificultad para tragar, y volví a pensar, en mi inconsciencia: “he cogido frío con el aire acondicionado”. Pero para cuando las Chukis y yo vagábamos por la expo de las jaimas del Palacio de Cristal, en busca de una alfombra bien bonita para echarnos la siesta y darle al selfie del pelmazo, noté además el familiar picor en los ojos, y sólo entonces até cabos: “A ver si eso que me he tomado algo que no era paracetamol…”. A lo que I. respondió con su dulzura prusiana: “Mamá, en casa sólo queda Ibuprofeno, lo otro se acabó”.

-¡Ay madre! Chicas, qué mal nos viene esto. Espero que no estéis muy encariñadas conmigo. Los papeles del seguro están por ahí…

Me cura, me mata

Para que mis últimas palabras no fueran tan vulgares, eché mano de mis anotaciones: “Uno termina pareciéndose al edificio donde vive. Es cuestión de tiempo”. La frase me pareció mucho más conveniente paraun epitafio, y pensé en mí misma como un cadáver de ladrillo rojo con ínfulas de barrio burgués de los sesenta sitiado con el paso de los años por una gran mezquita y un gran tanatorio, además de los clásicos pollos asados Cotolino. Un cadáver de profesional acomodado que en la vejez debuta casi pobre porque esas casas son caras de mantener y nadie se explica por qué. Si no tienen piscina ni vigilancia 24 horas ni conserjes macizos como los de Abercrombiee.

Contar estrellas, ese reto nocturno

Hay un día en que tus esquinas de hormigón comienzan a desmigarse como hay un día en que tu corte de pelo se desbarata de golpe y pasa de ser moderno y estiloso al de “el de enmedio de los Chichos”. Ese día es la señal. Tienes que irte. Y si has confundido ibuprofeno con paracetamol lo siguiente sería prender fuego al tresillo o, aún peor, dejar a las chukis en tierra y arrancar el coche (también lo hice. El jueves. La mayor aún me mira con rencor).

Empiezo mis vacaciones vacunándome contra mí misma. Aviso a los ladrones que he prestado mi casa a unos guiris que sueñan con el sol y harán de perros guardianes en mi ausencia. He estado a un paso del suicidio y a dos del Defensor del Menor llamando a la puerta porque necesitaba parar. Quiero baños de mar a la salida del sol, carreras very Nike con mi hermana, cenas en el porche de mi madre y partidas aburridas de dominó. Quiero cine de verano, mercadillo de guiris, bienmesabe con cerveza, lecturas bajo la sombrilla, siestas al borde del coma, café granizado al despertar, bordillo piscinero, excursiones con palo y amigos, escritura a la sombra, placeres bien simplones, hortensias y buganvillas a estribor. Gin-tonic con estrellas en el cielo.

Aquí nos vemos, pero bien lejos.   No permitan los dioses más desmanes, que tantas emociones amenazan las costuras de mi fragilidad, y no hemos llegado hasta este punto para que se termine.