Lo de Cataluña se empieza a parecer a cuando tu hijo adolescente te dice que va a salir esta noche y tú respondes que de eso nada, y él insiste desafiante en que saldrá, y tú contienes las ganas de darle una bofetada  y oscilas entre la intolerancia feroz y la secreta convicción de que esta batalla está perdida, mientras escuchas cómo se plancha el pelo en el baño/arsenal. Sabedor de que la vía de la violencia no es una solución, sino el principio de una ecuación irresoluble donde tú eres el verdugo y él la víctima.

Y hay que imaginarse el día después con estos mimbres. Una convivencia correosa donde todo gesto se interpretará según el sentimiento dominante. O sea, de mala manera.

Aprovecho para aclarar que mi ado no me ha puesto en ese brete. En general, cuando ella pide y a mí me sale el no, terminamos negociando. Lo que es el win-win doméstico. Y esto que suena muy civilizado no está exento de gritos y sobreactuación, porque en esta casa somos muy intensas. Pertenezco a esa generación educada en el no “porque lo digo yo y soy tu padre/madre” (o “cuando seas padre comerás dos huevos”) y a veces se me ve el plumero. El principio de autoridad nos hizo rebeldes o falsos obedientes=resentidos, y aún me sorprendo diciendo “no” a mi madre cuando me cambia un tiesto de sitio sólo por darme el gustazo de llevar la contraria ahora que como dos huevos si me da la gana.

“Habla chucho…”

En ocasiones, lo reconozco, me sale una vena revenida de niña demasiado sometida. Y entonces censuro a algunos de mis compañeros de trabajo porque ven “Gran Hermano“, esa bazofia moral disfrazada de show televisivo (sí, también aflora toda la artillería sintáctica de aquellos maravillosos años), y contengo las ganas de eliminar Tele-5 de los canales de mi TV, aunque a mi ado no le va por el momento el edredoning ni los líos de esos mequetrefes (toma viejunada) sin estudios ni capacidad para hilar una frase sin tacos o discordancias verbales.

Me pregunto si el éxito de este programa reside en que te hace sentir superior a esa gentuza. Y de nuevo aflora la España del Cuéntame donde crecí. Donde todo era blanco y negro, como la caja tonta. Y donde lo más tóxico que recuerdo haber visto era el Ballet Zoom, con Giorgio Aresu embutido en mallas de campana haciendo caritas a la cámara.

Los niños de entonces crecimos con todos los ingredientes para ser radicales, intolerantes o hippies. Los niños catalanes de hoy, imagino, desayunan proclamas independentistas con corn flakes y sienten que los están pisoteando, aunque no entiendan bien de qué va la cosa.

Hong Kong

Lo peor de criar víctimas es que un día se hartan del rol y se ponen ariscos. Y no es que esté a favor del referendum. Tampoco en contra. Creo que se ha llegado muy lejos y la cuerda está demasiado tensa para soluciones sin rasguños. Rajoy en la puerta con la mano en alto. Artur Mas con el pelo planchado (hay que reconocer que el hombre va siempre impoluto) dispuesto a morir matando. Las urnas, listas. Los himnos, ensayados. Y el tictac del reloj que avanza inexorable como los pasos de los contrincantes de un duelo.

Luego veo a los estudiantes de Hong Kong y siento una oleada de simpatía ante sus manifestaciones sin gritos, con luciérnagas y esa determinación sin violencia en sus rostros. Me parece que el régimen chino tiene todas las de perder, a no ser que vuelva a sacar los tanques como en Tiannanmen. Y así también habrá perdido.

Me pregunto si alguien aquí siente tentaciones de tirar de artillería para sofocar el 9-N. Quiero pensar que no, y que detrás de lo que vemos en los telediarios se están fraguando intensas reuniones para evitar la ruptura. Espero que la política dé lo mejor y más noble de su esencia en el asunto catalán, que es el asunto de todos. Y sí, podría estar de acuerdo con Pedro Sánchez, que en su ardor/candor populista por cazar votos propone que los políticos sólo tengan un sueldo y no puedan dedicarse a otra cosa. Pues para eso, querido líder en ciernes, habrá que pagarles muy bien de modo que se dediquen los mejores, no los arribistas, no los tontos de COU que nunca fueron populares. No los avaros sobornables. No los mediocres intelectuales. Yo sería la primera en apoyar esta subida de sueldos.

Pedro Sánchez, El Hormiguero

Mi ado, que no entiende de politiqueos, lucha por la subida de su paga cada año. El IPC no le parece suficiente, así que le hacemos un upgrade para que cuando salga, después de plancharse la melena y discutir conmigo o con su padre la hora de regreso a casa, no esté invadida por un sentimiento de rabia sino por la cálida sensación de no haber conseguido todas sus demandas, pero sí algunas. Sin rebeldía, sin resentimiento, se consigue eso tan difícil que es la paz del hogar. La paz mundial.