La objetividad no existe. Cuando estudias Periodismo te lo cuentan en el primer curso, pero luego te pasas la vida tratando de ser “objetivo”, imparcial, ¿aséptico? Como sujeto con venas, cerebro y latido afirmo que no soy objetiva ni lo pretendo. Ya lo he dicho. Uno se aproxima a lo que le rodea con su mirada. Ese foco particular e intransferible urdido a base de experiencias, sensaciones (orgasmos, naúseas), aprendizaje, comparaciones…prueba y error. Fin de la lección.

Leo en Babelia que Martin Filler http://en.wikipedia.org/wiki/Martin_Filler, a quien no tenía el gusto de conocer, ha publicado un libro que quiero que sea mío right now: “La arquitectura moderna y sus creadores. De Frank Lloyd Wright a Frank Gehry”(Alba). Un visión un tanto personal de los popes que diseñan nuestros paisajes urbanos, entre los que al parecer hay olvidos imperdonables (Koolhaas, Siza), filias (Gehry) y fobias (Libeskind,Calatrava). La firmante del texto, Anatxu Zabalbeascoa, asegura al final que “el texto contiene tantos aciertos y tanta exigencia (hacia los demás y hacia la propia escritura) que se vuelven imperdonables fallos (…)”. Y, un poco después: “La crítica más apreciada es la que permite ver otras caras de lo supuestamente conocido. Y esto es lo que hace Filler…”

Casa de la cascada. Frank Lloyd Wright

Debo reconocer que me he apresurado a recortar la página porque necesito leer este libro. No busco un tratado de arquitectura, sí un texto exigente aunque sea tendencioso y la emprenda contra Calatrava (esto me complace especialmente, debo decir, y no sólo por lo de su fuga para pagar impuestos fuera de España sino porque encuentro monstruosas muchas de sus obras y sí, soy absulutamente subjetiva). No exijo asepsia cuando leo otra cosa que no sean las instrucciones de mi nuevo pulsómetro (que ayer me desveló que mi corazón había alcanzado 174 latidos/minuto a la carrera, rozando los límites del ¿infarto?).  Porque no me la creo y porque me aburre.

Me fascinan las visiones personales, aunque caigan en la trampa del pecado. Eso no quiere decir que no se me enciendan las alarmas ante una pluma tendenciosa, esa que trata de manipular y provocar sensaciones a partir de una trama de palabras llenas de veneno. Si has de ser subjetivo, lo mínimo que se te puede exigir es que seas honesto. La integridad, esa virtud de la que poco se habla.

No puedo evitar acordarme de mi amigo R. y de su sentencia: “El mejor estado de un crítico es el estado crítico”. No estoy del todo de acuerdo. De un crítico chungo y torticero, desde luego. Pero nada me excita más que leer una crítica absolutamente subjetiva que se presenta con esas credenciales y advierte del sendero por donde piensa triscar. Y esto exige, desde luego, un profundo conocimiento del suelo, de la flora y la fauna circundante, de la metereología y hasta de la proporción de ozono. Mas un manejo preciso y fluido de las palabras. Y si a ello se añaden ritmo, humor y loca coherencia (no lo encuentro antitético, pero soy subjetiva), miel sobre hojuelas.

O sea, que bienvenida sea la subjetividad con filtro. La opinión fundamentada. La honradez de nuestros abuelos. Como dijo José Bergamín: “Si me hubieran hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto”

Que los cantamañanas sin rigor ya se delatan solos…