-Cuál es el adjetivo que mejor define tu estado de ánimo?
-Frágil…Convulsa. Taciturna. Superviviente. Inquieta. Melancólica. Privilegiada. Culpable por quejarme siendo privilegiada. Y a ratos febril, brutalmente desesperanzada. Como si necesitara construir un simulacro urgente de futuro.

El azar quiso que el sábado noche me encontrara con una mujer con la que simpatizo a mares desde que la conocí gracias a nuestros perros, Marlén y Bronte. Marlén es el animal más elegante del planeta barrio y verla surcar el aire a cada salto es un espectáculo de sobrecogedora y majestuosa plasticidad.
Marlén tiene un pelaje chocolate y unos ojos profundos color ámbar que parecen encerrar restos de ADN jurásico o un tarro entero de miel. Su ama es artista. Una mujer morena y enjuta. Atenta, austera y vivaz, que respira talento y sensibilidad, huye de la impostura y lleva meses de estricto y espartano confinamiento; de modo que, tras un hiato tan largo, la conversación según guion al uso bien podía haber arrancado con un: ¿Qué tal todo? Al que ella o yo habríamos respondido con un “bien, ¿o te cuento?”.

El Apartamento o la charla de ascensor fetén

Pero no. Resulta que ninguna de las dos somos partidarias de las convenciones de relleno social si no son estrictamente necesarias, así que de entrada respondimos cómo nos sentíamos y de entrada se mezclaron el desaliento y el temor, la euforia tras un día de campo y caminata con amigas del alma con el pavor a que un hijo se encalle en el infierno NiNi de por vida. La gratitud por estar vivas con la sensación de vértigo por la incertidumbre laboral. El sobreesfuerzo con el hambre de silencio. La tristeza con el impulso urgente de la creatividad. La cura por el arte y el paseo con la llamada ciega a la cueva y en posición fetal.
La necesidad de engancharse a una plan ilusionante, por pequeño que sea, con el peso insoportable de las cifras que nos trae la pandemia como olas ariscas a la orilla del Cantábrico. La rabia por la incompetencia histérica e innoble de quienes deciden por todos con la indignación hacia los que andan por la vida sin protección, desafiando al azar y a la muerte entre carcajadas grotescas que escucho por la noche encogida entre las sábanas.

Confieso que todas las semanas entro a hurtadillas en páginas web de viajes y de hoteles y me embarco en un destino al que sé que no iré. A veces hasta hago una reserva y cuando recibo la confirmación por email noto una punzada de esperanzado vértigo en el corazón. Creo que una reserva para un viaje que no será es un gesto de rebeldía necesaria que aligera la vida y es mi método bobo -uno de ellos- para seguir saltando de la cama y eligiendo cuidadosamente la ropa que me habita, las medias de rejilla con botines. El perfume adecuado, el rojo flamígero y combativo en los labios que casi nadie ve, pero yo siento…
Quiero decir que de un tiempo a esta parte me arranco el corazón a cada encuentro. Y noto que son muchos a mi alrededor los que lo hacen. El virus se ha llevado con su viendo helado las charlas insustanciales de ascensor, los preámbulos sin fuste. Quizás sea por el sentido de la urgencia, porque el suelo se mueve como nunca y hay que simplificar procesos y agarrarse al mástil de los encuentros que nutren. Si no hay más certeza que el ahora, ese ahora debe ser concentrado de gestos y palabras. De amigos y lecturas que construyan refugios bajo palio. De planes inciertos escritos en cuadernos con letra apretada y pulso firme. De reservas de vuelos que no despegarán, y a quién le importa!
De construir un simulacro urgente de futuro. De eso hablo.

PD. El ama de Marlén hace bolsos de piel que ella misma curte. El regreso a la cueva y al origen, se me ocurre.