Recibo un curioso regalo para entretener mi viernes de mística diletancia casera: Un librito titulado “50 cosas que todo el mundo debería aprender a dominar” (Guía sumamente subjetiva pero totalmente indispensable para ser una persona más útil), además de una caja de 100 trufas de apariencia inocente pero capaz de conseguir que suba cuatro tallas de una sentada.

Con el arsenal dispuesto y mi adolescente brujuleando a estribor, empiezo a subrayar las más interesantes:

“Aprender a tirarse un farol”y “usar una taladradora” me parecen tan definitivas como inalcanzables. Para lo primero me falta haber asistido al Actor´s Studio o a la salida a Bolsa de Bankia con Rodrigo Rato.  Y la taladradora con rayo láser duerme el sueño de los justos en el armario de “la herramienta” porque nunca sé qué broca corresponde a qué superficie y espero ansiosa la visita de mi padre para darle vidilla.

“Cambiar una rueda“.¡Ja! todo lo que concierne al mundo del automóvil en mi caso es de Tranquimazin, de shock anafiláctico, de pico de heroína. Así que paso a los apartados 24: encender una hoguera, y 25: extinguir un fuego. Y entiendo que podían habérselos ahorrado dado que uno neutraliza al otro.

“Vendar una herida”: Lo encuentro superútil. Buena parte del prestigio social de Minichuki reside en sus aparatosos vendados, que ella me invita a perpetrar a poco que se dé un golpecillo en algún hueso sin nombre de sus pies. Para mi hija, lo de la venda es como lo del burro: grande, ande o no ande. En ocasiones el volumen del aderezo dobla al de la articulación herida y las dos fingimos que era absolutamente necesario.

“Cultivar una planta a partir de una semilla“. Sí, suena bucólico y hierbas, pero la verdad es que a mí las plantas me gustan ya hechas, como los puzzles y las sesiones Nike de entrenamiento. La prueba de mi desafección por la semilla es una bolsa de bulbos de tulipán traídos del mismo Amsterdam en verano que duermen el sueño de los justos en mi nevera, esperando los efectos de la crionización o de un injerto sobrevenido y paranormal con puerros y tomates.

“Situar el Norte geográfico en su reloj”. “Hay muchas maneras de encontrar el norte si se pierde en el desierto geográfico o incluso si no encuentra su coche en el aparcamiento de un centro comercial“. Pues efectivamente, por eso jamás piso un desierto y las pocas veces que voy a un centro comercial hago varias fotos a mi coche (frente, trasera, perfil) y al numerito de la plaza para asegurarme de que lo encuentro. Y a veces, ni por esas.

Rubia con taladradora

“Pedir el vino”. Ese lo tengo dominado: “por favor, querría un vino”. Alto y claro. En general, me gustan los caros más que los baratos, los blancos me sientan como un tiro y el rosado me parece que ni fu ni fa (aunque los guays ahora están por su elogio y refutación). O sea, que no sé cómo he llegado hasta aquí, pero sí que una copa se me queda corta y más de dos me aturden. Lo habitual es que me dejo guiar por mi acompañante, que fácilmente sabrá más que yo o mentirá mejor porque es un esnob con plumas. Y si es así me da la risa floja.

“Identificar unas cuantas aves”. Esto sí que es útil. Toda mujer irresistible de mediana edad debe distinguir un buitre carroñero o un mirlo cariñoso a cien metros de distancia. En mi caso soy miope, así que me conformo con pillar  in fraganti a los cuervos que picotean la cobertura de goma del aire acondicionado. Aunque lo mismo son palomas, o tordos, o jilgueros hiperdesarrollados por efecto de un ensayo nuclear.

P.D. Veréis que mis tardes de viernes son un jolgorio. Pues así he llegado hasta aquí, con la inestimable ayuda de media docena de inocentes trufillas. Mañana, doble entrenamiento.