Recuerdo que en la adolescencia siempre tenía hambre. Un apetito voraz, desbocado, insaciable. De horas, de experiencias, de portazos y de enormes bocadillos que mi madre nos preparaba para la merienda. El cuerpo gritaba combustible para liberarse del espeso corsé de la infancia, imagino.

De mayor siempre tengo algo de sueño. No es que me caiga por las esquinas. Es que hay un fondo de insatisfación somnolienta que no se llena con dormir una hora más. Dormir a partir de los cuarenta es ceder un paso a la muerte. Sólo así me explico el insomnio. La falta de sueño desencadena otro tipo de hambre, de parecida voracidad adolescente y sin bocadillo de jamón.

He diseñado un plan al detalle de cómo quiero vivir e imagino el sueño a  sorbos, no un botellón de sueño. Las horas imprescindibles por la noche y algunos duermevelas con un cable conectado a la imaginación y a la sorpresa. Las mejores ideas se me aparecen como el ángel a la Anunciación de Fra Angelico, horas antes de que el cielo se rompa con el amanecer, pero nadie me santificará por ello ni me llamarán virgen (un alivio, por otra parte). En una penumbra azul, sembrada de estrellas y columnas clásicas donde es difícil distinguir si es ángel o demonio, ni defenderte de su rayo. Despierta, despierta.

Hay una categoría de insomne que no lo es, sólo aspira a parecerlo. Un farsante que simula la vigilia y pinta las pesadillas de relatos que no escribe y se quedan ahi, en un agujero oscuro. Un saco sin fondo y sin costuras donde es imposible aprehender nada racional ni consistente.

-Te echo de menos, escribe J.
-Yo también me echo de menos.

Ayer, en una comida, hablábamos de una persona a la que imagino siempre como agua sin recipiente. Alguien que ha desarrollado una estrategia para colarse por los huecos ajenos desde una indefinición tan refinada que no hay quien le encargue nada concreto pero de esos encuentros  sales siempre con deberes. Dormir poco es algo parecido, pero sin intención de escaqueo. Ser agua sin recipiente. Notas que fluye y te despiertas empapado pero no hay un barreño que te muestre lo que dejó el aguacero. La prueba de la verdad. Ideas que se arrastraron salvajes mientras no dormías pero no estabas despierto.

Mi plan incluye inventar un mecanismo impulsado por un demiurgo que las recoja. Que las atrape en su fuga enloquecida para meterlas como esos peces naranjas de la infancia en bolsas de plástico que apretábamos fuerte con las manos. Hasta conseguir un acuario lleno de ideas de colores que nadan en un sentido y en otro, lentamente, ingrávidas, y ponerles palabras y una música que acompañe su aleteo.

El exceso de demandas es la antesala del insomnio, desde luego. A veces uno está al borde de mandarlas todas al carajo. Una por una. Echarse de menos a uno mismo es la peor nostalgia que imagino. Necesito un recipiente que me contenga. Y unas manos que lo mantengan limpio, transparente y luminoso.

Necesito nadar,  el tiempo lento. Un sueño reposado con vistas a la vigilia. Y que me pidan poco más, o casi nada.