Abdicar es tendencia. Abdica el Rey, Susana Díaz como candidata del PSOE (no me matas, chica, pero has demostrado tener sentido común al apartarte de la competición nacional, esa ceremonia plagada de mediocres cortos de currículum y largos de ansia de foto y titular); y, si la diosa Fortuna no lo remedia, lo mismo termina abdicando el pobre Vicente del Bosque porque la afición es inexorable y olvidadiza.
Abdicar o morir.

(Del lat. abdicāre).
1. tr. Dicho de un rey o de un príncipe: Ceder su soberanía o renunciar a ella. U. t. en sent. fig.
2. tr. Renunciar a derechos, ventajas, opiniones, etc., o cederlos.
3. tr. desus. Privar a alguien de un estado favorable, de un derecho, facultad o poder.

De cuando en cuando uno debe aplicarse el escáner de la abdicación como quien pasa el antivirus por el disco duro y renunciar a opinar demasiado. A veces opinamos por encima de nuestras posibilidades. Escribimos creyéndonos Shakespeare y salimos a la calle con actitud soberbia de sostener la copa del Mundial cuando ni siquiera hemos sudado la camiseta.

Los lunes, de hecho, deberían ser por decreto días mundiales de la abdicación. Sobre todo si has dormido apenas tres horas y has tenido que explicarte a tu adolescente por qué si van ocho amigas a la playa (con sus toallas, cremas protectoras, sombreros, kleenex, teléfono, botellín de agua y bocadillo) conviene que cada una lleve su propia bolsa.

-Deja ya de decirme lo que tengo que hacer. No soy una niña. No necesito bolsa de playa y punto.
-Muy bien. Pues hazte un selfie cuando vuelvas a las tres cargada con tus cosas y achicharrada de sol y sal. Eso si te quedan manos para sostener el teléfono.
-Mami, ¿qué sudadera debería llevar en el autobús? ¿la azul o la roja?

– …

Es lunes famélico y maldormido y abdico de madre y hasta de mí misma. Me duele la espalda como si me hubieran pateado los ejércitos de Atila y esta madrugada, cuando conduje a mi adolescente al punto de encuentro con el grupo, aún tuve que aguantar que me advirtiera: “Mamá, y ahora no te bajes del coche y empieces a decirles a mis amigas que no beban alcohol y todo eso”.

No hija, descuida, que vengo en calidad de taxista muda pero diligente y justo antes de bajar el taxímetro, Madrid de noche, tú con tus shorts tan short y tu sudadera blanca (finalmente) he abdicado de cualquier discurso moral y me he limitado a sentir el corcho dolorido de las agujetas mientras encendía el motor y buscaba en el cielo el rastro de una estrella fugaz. Una señal. Pero las estrellas madrileñas adbican por decreto  y a cambio el aire fresco te regala un aroma a semáforo perezoso y a manguera chorreante sobre el asfalto.

Uno puede abdicar de urbanita, o intentarlo. Y abdicar de la siesta que no habrá aunque mataría por una cama en lugar de la ensalada+filete a mediodía. Espero además ser eximida hoy de cualquier intervención brillante y elocuente. De cualquier intervención, mejor aún. El cuarto de mi adolescente, que acabo de ver de soslayo,  parece el escenario de un cónclave de desvalijadores de pisos. Pero no seré yo quien lo recoja, porque abdico de imponer el orden y el concierto.

En realidad, lo que me pide este cuerpo de lunes es un bálsamo, unas manos sobre mis hombros que deshagan mis nudos y me duerman. Una nana de sal, un zumo de frutas bien cargado. Una buena noticia. Un despliegue estruendoso de paz. Un poema. La bondad generosa del room service. Un cuerpo prestado. Un corazón sin bostezos. Un fin de fiesta.

P.D. ¡Una buena noticia!: Mi adolescente acaba de crear un grupo en wasap titulado “Información Viaje”. Nos ha incorporado a su padre, a su hermana y a mí. “Hago este grupo para ir contándoos. Acaba de arrancar el autobús”.  Buen viaje, cariño. Y hazte con una bolsa de playa, anda…