Jacques Herzog

“El estilo no es importante, me da igual. Se trabaja para las personas, no para
el estilo. Eso de reconocerse a uno mismo en la obra, de exprimir una
idea estética hasta el límite… es una idea estúpida. Piense en la
arquitectura de los últimos 20 años. La que tiene más voluntad de estilo
es la que peor envejece”
.

Despertarse con las palabras de Jacques Herzog es mucho mejor que hacerlo con el beso de un príncipe hipotético. Mi debilidad por los arquitectos brillantes me lleva a experimentar algo parecido al éxtasis cuando regalan opiniones tan exportables. Herzog además  me impone desde su bellísima cabeza de patricio romano pasada por el frescor contenido de los prados suizos. Es como los edificios que firma con De Meuron. Contundente pero no pesado. Esas estructuras geométricas siempre tienen un aliento de ingravidez. Algo que las proyecta hacia arriba como si pesaran lo justo para no salir volando. Se diría que  trabaja con cadaobra como quien modela una figura y luego va quitando cuidadosamente el barro que sobra hasta llegar a los mínimos para que la obra se sostenga y te interpele.

Y ese ejercicio se parece mucho a la humildad.

“Odiamos la vanidad que se expresa en la arquitectura. Sé que hemos sido
parte de una generación de arquitectos muy mimada y no hemos sido ajenos
a ese mundo”
.

Caixa Forum, Madrid

Hace unos días asistí a la entrega de unos premios en Caixa Forum y volví a admirar ese edificio industrial sin vanos ni ventanas que sorprende en la Castellana cuando ya has superado la zona noble y solemne de esta arteria de Madrid y Atocha impone su impronta popular. Entonces llegas a esa explanada y te sumerges en su blosque vertical, tan frondoso que parece una fantasía de cuento. Juro que hay arbustos que parecen árboles. Y a su lado ese desafío suspendido como una nave espacial de óxido y ladrillo que te hace sentir pequeño pero sin aplastarte ni dañar tu dignidad. Y piensas que Herzog y de Meuron han logrado que su obra envejezca en barrica con su punto de misteriosa intimidad que no alteran las modas.

Me parece que para ser verdaderamente moderno hay que respetar las reglas esenciales de los clásicos. Eso que hace que algo permanezca incólume cuando pasan los días y se impone la voz del último vampiro de la tendencia. En la moda pasa lo mismo. Sobrevive antes una chaqueta bien cortada, concebida con afán arquitectónico y ese respeto a la calidad de un tejido que la extravagancia per sé. Aunque desde luego sin riesgo no hay paraíso (o pasarela).

Coco Chanel

Algunos eligen epatar y son devorados por sus creaciones, como Saturno. Flores de un día que, con suerte, serán estudiados como componentes del pelotón de los secundarios de una vanguardia interesante. Pero los mejores, a mi modesto entender, son esos que bajo sus propuestas más osadas dejan entrever ese esqueleto clásico que soporta cualquier fantasía y le otorga sentido. Y pienso en McQueen o en Prada, dos ejemplos tan dispares. Y me viene a la mente un retrato de Coco Chanel, cualquiera de ellos, y veo a una mujer contemporánea.

Y entiendo que las vanguardias son imprescindibles para la evolución. Pero si una chaqueta de hombreras imposibles puede dormir en el fondo de un armario, un edificio permanece y obliga a quien lo pensó a la tortura de verlo envejecer. Resquebrajarse sin grietas. Asomar todo el manierismo que fue y sentir bochorno, tal vez, ante la floritura banal. Y es cruel. De ahí que el de arquitecto me parezca un oficio arriesgado. Ese que pide cuentas, vocifera o te permite pasear a los pies de una Tate Modern, por ejemplo, sientiendo que sigue siendo modern y no una mamarrachada pretenciosa.

Tate Modern, Londres

Paro ya, convencida de que el ejemplo es exportable a la literatura. Y entiendo por qué disfruto tanto de esos autores que no me despistan con juegos de artificio. Y entiendo por qué me gusto tan poco cuando leo textos que hice en el pasado y me sonrojo por su aparatosa frivolidad disfrazada de ligereza. Ser joven, imagino, te permite esos desmanes como te permite salir a la calle con un look indescriptible y verte ideal mientras tu madre te contempla horrorizada desde el quicio de la puerta, rezando para que un día, tarde o temprano, te des cuenta y a base de prueba y error des con un estilo propio y desafectado de la pura tendencia.

Y eres un edificio. Y no me importaría terminar como un Herzog de Meuron