“Lo que es superficial no duele, no engancha, me da igual”.

Recibo este mail en respuesta a uno mío en el que cuestionaba cierta amistad. Recibo lo que merezco, porque hay personas que prefieren mantener relaciones superficiales. Inodoras, incoloras, insípidas. Esa sección media donde ni te implicas ni te alteras. El helado sabor vainilla sin canela ni nueces de macadamia. Las conversaciones que no llegan a ninguna parte pero entretienen el camino o te hacen favores a cambio de una sonrisita insinuante. 

Que no duela, que no enganche.

Me viene fascinando la figura de la amiga falsa tonta. Hablo en femenino porque sospecho que prolifera más. Hacerse la tonta, como hacerse la débil,  es muy rentable. A poco que te esfuerces consigues adhesiones a saco. La tontita no asusta y en cuanto te descuidas te ha comido seis casillas en el juego de la Oca o tres edificios en el Monopoli. Pero sin hacer ruido ni acuñar frases contundentes que podrían evidenciar las verdaderas intenciones. La tontita es una superviviente que anhela ser estrella de la tele y sueña con un príncipe azul. Una mujercita perseverante que saca las uñas cuando menos te lo esperas. Y cultiva la amistad como quien cultiva un huerto de coliflores en Manhattan.

El otro día mi adolescente y yo debatimos sobre un tema apasionante: ¿Cuántos amigos tienes?. Empezamos a contarlos con los dedos de la mano, como los niños en el cole. Hablamos de la teoría de lo círculos. De cómo la amistad se organiza en anillos concéntricos, de manera que entre los amigos íntimos y los de baja intensidad hay un trecho. Y que uno no entrega su corazón más que a los primeros, aunque a los últimos los riegue de cuando en cuando.

Luego están esos amigos que no frecuentas demasiado pero quieres profundamente. Amigos Guadiana, digamos. Están ahí, subterráneos, y aparecerán cuando menos te los esperas o cuando los invocas un día que sientes cierto vacío y al ponerle palabras te sale su sombre. Son amigos que te acompañaron en algún trecho del camino y luego se fueron un rato. Un mes. Un año. Pero notas el rumor de las aguas de su río y a veces se te apodera una intuición tan poderosa que los llamas y preguntas si está todo bien.

Mi amiga M.J siempre está y no siempre nos vemos. Ayer el azar nos convocó en la parada del autobús. Iba con una chica, me la presentó. Me presentó: “V. es mi amiga, pero es como mi hermana”. Luego se subió en mi autobús aunque no le venía bien el trayecto y compartimos diez minutos de jubiloso reencuentro. Hablamos de mi adolescente, de la suya. De los piercing en el ombligo, de los novios que no nos gustan…Y de su último sistema para que su hija valore el dinero: “Le he dicho que no le voy a dar ni un euro para ese viaje. Que se ponga a trabajar, y por cada uno que gane yo le daré otro”.

-¡Qué gran idea!
-No es mía, lo vi en “Modern Family”…

Me reí a carcajadas como tantas veces en el dintel de mi puerta cuando éramos vecinas y alargábamos las charlas sin ninguna gana de entrar en nuestras respectivas casas y cerrar la puerta. Pensé que M.J está en el círculo de máxima intimidad y que es una mujer tan inteligente como bondadosa. Que nunca la he visto en el rol de tontita que avanza en tanque por un prado lleno de flores. Pensé que hay que protegerse de las tontas, de los tontos con aviesas intenciones. Y que las listas y buenas además de inofensivas son la mejor compañía que te regala la vida. Y enganchan, y las echas de menos cuando se cambian de casa y de acera.