Hayat Boumeddiene&Amedy Coulibaly

De todas las informaciones sobre los atentados de París, me llama la atención en especial la que habla de la esposa yihadista del hombre que entró en el supermercado judío, la mujer más perseguida en Francia. A menudo la violencia y la crueldad en la mujer se abordan desde la extrañeza. Como si una mujer careciese de pulsiones destructivas, crueles, asesinas.

Que un hombre ataque a otro se entiende como mandato hormonal. La ley de la selva. Dos mujeres que pelean enseguida se califican de luchadoras de barro, con connotaciones de espectáculo erótico (para hombres). Y provocan más burla o condescendencia que compasión. (Yo de pequeña recuerdo haberme tirado de los pelos con una niña que tenía el doble de masa capilar que yo. Recuerdo la rabia, el deseo de venganza, el abrigo azul marino lleno de testimonios arrancados de la lucha. Y ese dolor sordo que te deja dejarte llevar por un instinto primario destructivo. Y recuerdo haber despertado más de una sonrisilla al contarlo después).

De los periódicos que leí ayer –El País, El Mundo y el ABC– uno de ellos, no recuerdo ahora cuál, acompañaba la noticia de dos fotos. En una la yihadista aparecía en bikini con su hombre. En la otra sola y cubierta de negro, en posición de ataque y con un arma entre las manos Algo del contraste me molestaba. No sé si la sensación implícita de que se quería insinuar que era una lástima que una chica tan mona se hubiera echado a perder privándonos del espectáculo de su cuerpo. O sea, que de haber sido fea y gorda esa foto no estaría allí. O lo mismo sí.

Pero asumo que esta interpretación es mía y es de lunes. Cuando uno regurgita la prensa concentrada del domingo.

Las peleas de gatas engordan el share en la televisión. No pienso nombrar a ese programa de la sobremesa donde gente vulgar que se presenta como periodista o tertulianos se dedican a despellejarse sin pudor y sin cuidar la sintaxis de sus frases (imagino que por incompetencia y falta de recursos). Allí las mujeres vomitan imprecaciones con idéntica vehemencia que sus colegas hombres. Pero ellas gritan más, les ayudan los agudos. Y el espectáculo es lamentable, un ejemplo de igualdad de género por abajo.  Ellas pueden ser tan agresivas y tan vulgares como ellos. Faltaría más.

La mujer del velo y el bikini se llama Hayat Boumeddiene, tiene 26 años y ha matado a un policía, presuntamente. Si la miras en la foto de carnet, parece que ha intentado poner cara de mala, de sospechosa habitual, de dura de salón. A su lado su marido, Amedy Coulibaly, abatido por la policía como autor del secuestro de rehenes, parece un buen hombre, o un tipo anodino que compra a tu lado una barra de pan.

Salgo ya del jardín en el que me he metido. No sin antes subrayar algunas perogrulladas. Una mujer embarazada puede atracar un banco. Pero nadie sospecharía de ella, que alberga un ser humano bajo su tripa. Y una mujer puede ser la jefa de una banda terrorista, la asesina en serie del callejón. Y además posar en bikini o asistir al festival de la guardería de su hijo. Faltaría más.

Hay mujeres malas pero nos empeñamos en obviarlo o presentarlas como anomalías sociales…