Mi querida Big-Bang:

No pienso volver a los 80. Esa década maldita de mi adolescencia la que sólo sacamos en claro un buen puñado de grupos pop que, en muchos casos, terminaron peleados o colgados (y no en tus manos precisamente, rubito Baute). Un inciso: que alguien le diga a El Corte Inglés que retire a ese chico de la publicidad de las rebajas o que lo liquide en oportunidades. Y que parezca un accidente.

A lo que iba. Ayer me empapé el Vogue colecciones y fue comprobar que las hombreras han vuelto y sumirme en un shock que aún me tiene desorientada. Sí, yo también me disfracé en su día de jugador de rugby, abracé la combinación rojinegra, me puse calentadores y sudaderas con manga murciélago y me calcé los consabidos pantalones negros de cuero que, con el uso, cedieron hasta parecer pañales caídos que hacían que tu culo y tu espalda fueran una sola cosa (“campeona de natación”, me decían: “nada por alante, nada por atrás”). Humillante, vaya.

Y mira que me curré la destrucción de pruebas. Reto a cualquiera a que consiga una foto mía de los ochenta. Por entonces mi prolija biografía apenas había sufrido descalabros. Bueno sí, vale, mi primer novio ya me había roto el corazón, mi primer peluquero ya me había achicharrado el pelo con aquella atroz permanente y mi primera copa de discoteca era el San Francisco. Una combinación letal de todo lo dulce con colorines que se puede encontrar en los bares. Sin alcohol, naturalmente.

Claro que por entonces yo apuntaba maneras, y era beberme el jarabe aquel y pillarme un colocón psicológico al ritmo de “En tu fiesta me colé”. El objetivo de la transgresión era arrancar de mí esa pátina de colegio de monjas que me acompañaba incluso en los antros de vicio y perdición. Pero me temo que no tuve éxito. Eso o que el tamaño de mis hombreras disuadía a todos los modernos que me sobrevolaban. Que, siendo sincera, no eran muchos.

Mi querida Big-Bang. Yo tardé años en recuperarme de aquella década. De ahí datan mis primeros episodios de insomnio, los conciertos de Sabina en la plaza de las Ventas, zona sentada (para que te hagas una idea de lo marchosa que era una) y las lecturas de Cortázar, de lo más intelectual para alguien que se crió con “Puck colegiada”. Mis esfuerzos por superar el peso de los ochenta me llevaron a ser chacha en Manchester (aunque la organización lo llamaba au-pair eufemísticamente). O sea, que puse tierra por medio y comí toneladas de fish and chips que dispararon hasta hoy mi colesterol LDL. ¿Y todo eso para nadaaaaaaaaaaa?

No pienso volver a los ochenta. Debemos aprender de los errores de la historia. El remake está sobrevalorado. Segundas partes nunca fueron buenas. Corren malos tiempos para la lírica. Y no, yo ya no soy esa chica de ayer, por mucho que, cada vez que suena la voz triste de Antonio Vega salte como un resorte y mueva las caderas cual si aún llevara aquellos pantalones de cuero. Si quieren guerra, la tendrán.