Mi querida Big-Bang:

Y entonces va la vida y te ofrece grandes frases para la historia. Ayer fue uno de esos días. Mi querida V. es menuda y vehemente como ella sola. Un latiguillo que dispara en todas las direcciones metrallas de diverso calibre. La única de mi equipo que me llama “tío” o “tronka”, según el día. Un ser adorable que defiende sus propuestas como Frodo el anillo de la comunidad. No sé cómo una cosa le llevó a la otra y terminó vendiéndome la historia absurda de un pastor que se hizo de oro, con el siguiente colofón: “¿qué cabrero no se tira a sus ovejas?”. Me quedé muerta. A mí la sabiduría popular envuelta en chascarrillo me pone toda loca, así que estuve en un tris de mandarle a escribir sobre cabreros sodomitas o la sublimación animal de los instintos, tema apasionante y muy de real life, por cachonda.

Luego comí con mi amigo M.. que anda a vueltas con el concepto de follamistad, y entre los dos decidimos que hay tres perfiles en las redes sociales: “a.Voyeurs, b.exhibicionistas y C.psicópatas (que pueden ser A o B). Sí, él me reconoció que mira desde la oscuridad, agazapado como en La Ventana de Hitchcock. Yo le reconocí que llevo una exhibicionista de tomo y lomo dentro, pero que se olvide porque no pienso hacer un strip-tease con barra de acero inoxidable, mi gran aspiración íntima. Me falta sensualidad y coordinación de movimientos, y temo que parecería más del cuerpo de bomberos que otra cosa. Al final y no sé cómo llegamos a Woody Allen y a aquello de que el matrimonio se inventó cuando la longevidad no existía. Amén.

Para que luego digas que mi vida es insustancial. Me levanto, le doy a la frasca, elijo mis zapatos, pego la hebra con la vecina poseída por Satán en el descansillo y me hago un brushing en el cerebro que ya lo querría para sí Stephen Hawking. Creo que, de hecho, lo que me sobra es pensar. Teniendo a mi alrededor gente que elabora teorías sobre las cabras o me ilustra acerca de qué hoteles urbanos son más convenientes para un polvo de infieles, qué necesidad hay de leer a los clásicos, digo yo. Las pasiones son las mismas, pero explicadas en vulgo. Y tengo tantos amigos que son Séneca, Sócrates o Aristóteles que el día que me ponga a organizar paseos peripatéticos en la Plaza Mayor va a arder Troya.

Bueno, nena, te dejo, que ya es tarde. Ándate atenta a las grandes sentencias que de las pequeñas ya me encargo yo. Si ves que desvarío, avisa que me tomo alguna droga suave de esas que me vuelven el paladar de corcho y el hígado al jerez. Salgo con el trote juguetón de las cabras con el objetivo vital de detectar a los pastores sodomitas que un día de estos serán portada en los telediarios. ¡Si es que no hay nada más moderno que los instintos básicos! Que se lo digan a mi querida V….