Escribir sobre todo acerca de mí misma me parece una ruta más bien indirecta hacia los asuntos de los que quiero escribir”.

Anoche me reencontré con Susan Sontag.  Llevaba tiempo esperando expectante la publicación del segundo volumen de sus diarios –“La conciencia uncida a la carne. Diarios de madurez, 1964-1980 (Literatura Random House)– desde que cayó en mis manos “Renacida”, la primera parte, y me sentí tan próxima a la autora que podía acariciar su figura con mis manos como si fuera un holograma palpitante mientras devoraba aquellas páginas llenas de reflexiones profundas , anotaciones de lecturas y listas. Muchas listas.

Recuerdo cómo me ofendí cuando durante una curso sobre diario personal y memorias mi profesora, a quien respeto y admiro, menospreció los diarios de Sontag por desilvanados y basados en una sucesión de listas. “No sé qué aporta la enumeración de lo que lee”, creo que dijo. Yo me recuerdo a mí misma tratando de improvisar una defensa enardecida.

Susan Sontag

Me parece que puede haber mucho de uno en las listas que elabora. Somos lo que enumeramos. Lo que aprehendemos para que no se nos olvide. El intento desesperado de fijar con tinta indeleble aquello que queremos salvaguardar del naufragio del olvido.

Mis defectos: (pg 37)


Censurar a otros por mis propios vicios
Convertir mis amistades en amoríos
Esperar que el amor incluya (y excluya) todo

Me conmueve que su hijo, David Reiff, sea el editor de estas intimidades. Los diarios van de la pérdida a la erudición, advierte en su prólogo impecable. “Que esa no hubiera sido la vida que yo hubiera deseado para ella es irrelevante”. Imagino el aldabonazo del hijo ante ciertos fragmentos descarnados de la madre. El pudor y el sonrojo al desnudar esas confesiones de erotismo insatisfecho. Uno no está nunca preparado para penetrar en la intimidad más oscura y lacerante de sus progenitores.

“El deseo de ser alentado. Y, de igual modo, de que se nos aliente. (El ansia de preguntar si todavía me aman, y el ansia de decir: te amo, temiendo en parte que al otro se le haya olvidado desde la última vez que lo dije.) “Quelle connerie”

Las personas que más profundamente reflexionan sobre la vida no son excesivamente felices. Lo son a trompicones. Es el precio que hay que pagar por tocar el núcleo, el epicentro del volcán. Julio Verne lo explicó sin querer en sus novelas. Descender hasta el centro de la Tierra permite una visión privilegiada y cegadora que transforma al aventurero para siempre. Por eso muchos prefieren evitar penetrar en las capas de la cebolla. Susan Sontag jamás lo hizo. Fue infeliz, gloriosamente infeliz a veces. Y cuando fue feliz lo fue a lo bestia.

Y volcó toda su fragilidad en unos diarios que nunca escribió con afán de ver la luz. De ahí su valor excepcional.

“Muy querida ——: lamento no haber escrito antes. La vida es dura, y es difícil hablar cuando estamos aprentando los dientes”.

Vivir es apretar los dientes, y de vez en cuando relajar la mandíbula y estar en condiciones de ver lo que los demás no ven. Y escribirlo. A veces son listas, deseos, citas postpuestas, amores insatisfechos o en construcción, hallazgos gozosos, intuiciones débiles que van tomando cuerpo y se desbordan. Y enmedio del borbotón de palabras hay ratos en que escampa, huele a tormenta en desbandada y se parecen mucho a la felicidad.

Anoche yo fui muy feliz con Susan Sontag. Me dejé llevar por su pérdida sin amargura. Por su presión arterial baja y sus migrañas. Por sus “insignificantes cólicos menstruales”. Por su tendencia a la anemia y su antojo de proteínas. Por su intolerancia al alcohol y su rechinar de dientes.

Hoy me he despertado y he escrito una lista en su honor:

-Arreglar el cajón de los calcetines y tirar los desparejados. ¿Por qué siento esa extraña compasión por los calcetines sin pareja?
-Rescatar la bomba de la bicicleta  y reconquistar el Retiro.
-Personaje del relato inacabado que diga: “Al deseo hay que invocarlo. Raras veces viene solo”
-Llamar a mi padre y conseguir que la conversación dure más de 45 segundos
-Cocinar para sentirme buena madre

(P.D. A Susan Sontag la conocí y la entrevisté, ya lo he contado, cuando era demasiado joven como para poder hacerle las preguntas adecuadas. Una lástima)