Mi querida Big-Bang:
Las “populares” del cole de mis chukis esperan en la puerta a las “freakis” y las insultan a gritos. Luego, aún insatisfechas, las llaman por teléfono con voz amenazante y les susurran los mismos insultos, con una crueldad impropia de los 14 años.  El poder se gesta en los patios, entre balones a portería y mochilas tiradas por el suelo. La víctima esa noche se queda sin dormir, y al día siguiente vuelve al cole con el miedo tiritándole en las rodillas.
Permíteme la perogrullada de decir que vivimos en la selva. Una selva aparentemente más limpia donde no está permitido fumar pero sí que los adolescentes se maten, siempre que no sea a puñetazos. La violencia con sangre ya no pasa la censura, pero la otra campa a sus anchas por los Twentis, los SMS y las cámaras de fotos de los móviles.  Y aquí termina mi corrección política porque ayer la pobre víctima de las “populares” ésas llamó a casa y me dijo que había estado en el psicólogo. No le pregunté por qué, pero me lo puedo imaginar. Te aseguro que estrangularía con mis propias manos a esas tipejillas de uniforme que la acosan.
El poder tiene sus códigos y marca su territorio como los perros. Ayer, en un restaurante, entró un tipo famoso por sus pufos. Avanzó entre las estrechuras de las mesas como si dispusiera de la M-30 para moverse, se detuvo, me lanzó una mirada depredadora, saludó a mi acompañante y mostró con tres o cuatro gestos quién era el (puto) amo, con perdón. Iba con su abogado,  un héroe de real life que ha conseguido que no lo metan en la cárcel. Seguramente ahí fuera hay tanta gente que le odia como que querría pegarle una paliza y dejarlo humillado en la acera.
Somos lo que fuimos en el patio del colegio. Lo dijo alguien un día y no puedo estar más de acuerdo. El eterno segundón, el relamido inoperante, el fanfarrón sin contenido, el inadaptado social, el bufón, el torpe con mocos… A una cierta edad nos expulsan de ese microclima y entonces empieza el juego de la crueldad en una liga mucho más chunga. 
Como creo recordar que en el patio fui una especie de justiciera, no sé si podré evitar plantarme hoy a la puerta del colegio de las chukis y enganchar a esas populares de los pelos hasta dejarlas calvas.  Y que den las gracias porque en estos tiempos no se llevan los nuchakus, que si no llamaría a mis amigos con ficha policial para que les metieran miedo del bueno. 
Porque esa crueldad no tiene defensor del menor posible que la defienda. Es depurada y siniestra.