Tres mujeres comen en un restaurante y hablan de sus cosas. ¿Qué estabas haciendo el día que te pusieron el DIU?

Cuando escucho conversaciones tan íntimas lo dejo todo, incluido el risotto, y estiro la oreja. La primera de ellas hace muecas de dolor y cuenta que no pudo ser. Aquello no entraba y se clavaba como un arpón en algún lugar cercano a las trompas de falopio. Tuvo que volver, y a la segunda tentativa sintió el mismo calambre y se tapó  la boca para no gritar. “Salí doblada y le monté un drama de la muerte a mi pareja por no haber estado allí apoyándome”

-Pero, ¿se lo pediste?

-la verdad es que no…

A las mujeres nos gusta que nos adivinen. Que se adelanten a nuestras necesidades como el hombre Balay del anuncio se apresure con la sombrilla para que el sol no roce la piel inmaculada de la chica. Y tras soltar esta generalidad que espero hiera algunas sensibilidades (si hay que debatir, se debate), me apunto la primera de la lista. A veces todo sería muy fácil con tres o cuatro gestos básicos. Pero ellos no lo saben y nosotras no lo comunicamos.

La segunda mujer fue a ponerse su DIU con su amor de entonces. Lo describe como “cariñoso, entregado, atractivo”… Ella llegó, se tumbó en la camilla y abrió las piernas. “Relájate”, le decía la ginecóloga sosteniendo el anticonceptivo en la mano derecha. Aquello -dice- le parecía un hierro oxidado con patas y un absurdo hilo colgando y le aterrorizaba. Le dolió. Mucho. Cuenta que la doctora parecía forcejear con sus entrañas y  no encontraba su sitio. “Me puse a llorar, se me cortó la digestión. Abandonamos la operación y a la salida mi novio me abrazó mucho”.  


-¿Alguno de los dos se planteó hacerse la vasectomía? pregunta la tercera.
-No, contestan las dos al unísono.

El cuerpo es nuestro. Nosotras parimos, nosotras decidimos. Hemos crecido con proclamas absolutas como reacción a los desmanes de otros tiempos. Pero ese cuerpo que ya es tan nuestro lo atiborramos de píldoras y objetos con patas para poder ser más libres. Ellos, entretanto, se lo pasan pirata sin condón y hacen chistes sobre lo terrorífico de la vasectomía. Y sí, estoy siento tan vulgar que arderé en el fuego de los escritores amigos del lugar común. Pero ayer tres mujeres relataban un tormento y tres hombres estaban ahí afuera felices de poder tener buffet libre de sexo sin fronteras.

Ahora que me habré enemistado con muchos hombres, bastantes mujeres y la sociedad general de anticoncepción, lo dejo y espero que estén todos en huelga y no arremetan contra una pobre cotilla que guarda su propia anécdota de terror en la recámara y espera que su hombre Balay, si está por allí, la adivine un rato cada tarde, cuando vuelve cansada y con la mochila llena de conversaciones ajenas que ya no puede quitarse de encima. Por mucho que frote y frote.