Mi querida Big-Bang:
Andreu Buenafuente es un tipo que ficha gente brillante y no teme que le hagan sombra. Aviso que no soy seguidora de su programa, porque me acuesto con los Lunnies. Tampoco me desternillo con su humor, aunque disfruto de su inteligencia concentrada como un caldo Avecrén, “ahora, con auténtico pollo” (“¿Cón qué coño lo hacíais antes?”, se pregunta un ocurrente grupo de facebook). Pero me llama la atención que en su Twitter sus seguidores comenten las virtudes de sus colaboradores e invitados y él haga los coros sin complejos. Me gusta la gente que busca a otros mejores para caminar. Como sospecho de los que se aseguran siempre de hacer equipo con gente de menos estatura, para estar tranquilos de que el Empire State de su pequeñez permanece incólume.
Mi querida A-1 es de esas amigas que hay que tener para estirarse, para expandirse. Para sacar ideas de la mente y el corazón que uno ni siquiera sabía que estuvieran ahí. Con su aspecto de duende gruñón te vuelve reversible y te deja en una intemperie donde sólo puedes crecer. Además, lo hace con frases memorables, del tipo: “has tocado techo, nena”. Yo la miro, agarro la frasca y me pego un trago del vino que tengamos más a mano. Suelto una carcajada minutos después de haber llorado, y le digo tímidamente: “A ver, que lo de tocar fondo ya me lo sé, pero ¿cuándo dices tocar techo te refieres a que ando en un estado de ingravidez tal que podría dejarme las mechas trilladas de chichones?” Entonces ella se descojona, con perdón, y le mete un tiento a su vino poniendo cara de brujilla zumbona.
Sostiene mi sabia que para ganar hay que pelear con un peso pesado, no amañar combates con púgiles desnutridos que te harán los coros y se tirarán a la colchoneta para que tú sigas conservando el guante de oro. “Rodearte de los mejores -prosigue mi sabia gruñona- genera el problema de la competencia, pero es un mal menor. Tú dirás; quiero hacer esta botella”, y el de al lado responderá: “girémosla, démosle la vuelta y será una instalación más elocuente”. Por mucho menos a algunos les dan un premio literario. Ella, con sus teorías de los techos desconchados, escribe guiones y acuña sentencias a destajo para que las que tenemos la suerte de escucharla nos vayamos a casa escocidas y felices. Luego abre su bolso de hippie ochentera, saca un Lexatín y te pone en órbita hasta la siguiente crisis vital.
Sospecho de las personas que van por la vida a la defensiva. De las que te avisan de que todo irá mal para que cuando vaya mal puedan decirte: “Ya te lo decía yo”. De las que se han especializado en el boicot con el fin de rebajar la grandeza o el entusiasmo ajeno. De las que convierten su cobardía en un ataque burdo y mal argumentado pero ponzoñoso. No las quiero, no soy hábil sacando el antídoto para aplacarlas. Me sale la furia y el temblor. Me declaro buenafuentista y, sobre todo, incondicional de mi amiga A-1. Que me sacude, que me provoca, que me extrae hasta el tuétano y después me besa en la frente y me lleva del brazo por la calle, volandera y amorosa.
Con amigas así, la tentación de mediocridad se aleja. Sospecho que Buenafuente también lo piensa…