Mi lugar del mismo

En pie desde las cinco de la mañana. Stop. Anoche lo último que escuché en la BBC News World Service fue la noticia sobre las dimisiones en España de altos cargos que se han vacunado cuando no les correspondía. Picaresca del siglo XXI. Cada noche compruebo que existimos para esta emisora de radio que me acuna en inglés por tres motivos principales: el deporte, las catástrofes o la vergüenza (a veces los tres van juntos en la misma pieza). Afortunadamente la somnolencia me impide retener los matices lingüísticos de las crónicas british. Una suerte de “brexit lingüístico” a la inversa.

“Cada vez tengo más claro que la debilidad es el mayor vicio porque corrompe a los otros”. Subrayo mi libro “Diarios (1931-1940)”, de Stefan Zweig, que encargué de inmediato en cuanto supe que se publicaban y que una polémica entre editoriales por cuestión de derechos amenazaba con su retirada de las librerías. No puedo estar más de acuerdo y me hace pensar en esa otra frase que Antonio López disparó en el programa “Imprescindibles” -años ha- y se incrustó como una bala certera en mi cerebro: “El cobarde se defiende como puede”. Cuando tiempo después se la recordé al artista mientras le entrevistaba en su casa de Madrid, él ni siquiera la recordaba. ¿La modestia intelectual es la madre de todas las modestias?

Diarios, Stefan Zweig

No sólo leo a Zweig, lo combino con varias publicaciones sobre Eneagramas, las “Cartas a un joven poeta”, de Rilke y divagaciones con el diseño de reforma que mi casa anda pidiendo a gritos hace años. El confinamiento de mi ciudad, Madrid, y de mi barrio tiene el efecto de constreñir los perímetros de la esperanza y concentrar los del pensamiento. Un viento glaciar recorre los radiadores de mi alma y me cobijo en la respiración, las clases de Pilates y yoga que ataco con torpeza principiante, el lomo abrigado de Bronte y los proyectos. También en la cerveza helada, incluso al relente de la calle y en compañía de C, amiga perruna que me descubre una meca del arte de vanguardia a la que pienso peregrinar en cuanto las barreras invisibles anti virus se levanten: La Neomudéjar. “Ni se te ocurra ir sin mí”, me advierte vehemente y lo prometo.

Me doy cuenta de cuánto echo de menos los museos y galerías de arte. Las iglesias y callejones con fachadas de estilos poco ortodoxos que desembocan en plazoletas sin boato. Eso que da identidad a Madrid. Alimento para el espíritu y droga inocua que ensancha millas a mis fines de semana urbanitas (gentileza de esta pandemia infinita). A cambio, devoro pan de semillas con sobrasada ibérica, un placer culpable del que ya me redimiré mañana, como diría Scarlett O´Hara. (Bronte y Petrina, la perrilla de C., son como hermanos y se hacen poco caso, pero se adoran en silencio).

Estragos

Se inunda mi Casa de Pueblo. Stop y redoble de tambores. Me sobrecoge la llamada de mi vecina P: “Ven corriendo que debes tener una avería gorda”. La peña del vecino es una piscina y es posible que el agua lleve días haciendo estragos. Vuelo al coche con mi hija mayor, de noche y nerviosas. De camino hacemos cábalas sobre lo que nos encontraremos y al llegar, oscuridad cerrada y abisal, abrimos la puerta con un pellizco en el corazón desamparado.

No hay luz, ni se la espera, y en la cocina chapoteamos mientras caen chorros de agua del techo. Lo poco que vemos con una linternilla y las luces fantasmales de nuestros teléfonos. Bronte recorre excitado la estancia, ajeno al aullido que su ama está conteniendo en la garganta. Lloro lágrimas secas. El baño inundado y más arriba también. La casa de las “16 alturas” como rezaba el anuncio cuando la encontré (contando hasta los desniveles del salón), se duele del temporal, las nieves y el maldito azar.

Yo me atraganto el dolor porque esta no es una casa, es mi piel de patio enjuto y azotea con su trepadora y sus vistas a la Alcarria baja. Cenamos pan con latas de atún ateridas y sin apenas cruzar palabra. Llamo a I., el hombre bueno que me ayuda a reparar las costuras de este templo centenario y me brinda su amistad. Él y su mujer, tocaya, se presentarán al amanecer con porras y churros y nos aliviarán el pesar con su cálida charla y su cercanía. Mañana comparecen la aseguradora y un fontanero. Yo debo ir también, pasado el shock y recuperada la ¿templanza?. O lo que sea.

La Neomudéjar,Madrid

P.D. Mis miserias no son nada, lo sé. A mi alrededor -y seguro que también al vuestro- hay muchas otras, de todos los pelajes: amigos en paro con talento deluxe, padres ingresados graves con coronavirus, madres con demencias, hijos desnortados. Hermanos con estrés, vecinos desalmados…

Stefan Zweig escribiría una de esas crónicas aceradas y plenas de detalles esenciales. Yo vomito mi ardor desangelado y confío en que todo va a ir mejor, ya verás como sí. Dale al mantra. No pienses mucho. Confía.

Asuntos prosaicos pero necesarios: Elijo (y os recomiendo) la naranja con canela como fragancia preferida (superrecomendable y barata, de Proquimar, que no me paga por decirlo ni me conoce en absoluto).