Mi querida Big-Bang:

Me he propuesto conseguir un beso a lo Casillas. Un beso estilo “cállate, tonta”, y no pienso escatimar esfuerzos. Debo confesar, como la Lomana, que a mí el tipo me parecía pelín poligonero, pero si el polígono ofrece además de almacenes chinos y tipejillos en chándal sacudidas hormonales de ese calibre, allá que voy con mis ínfulas de capitalina chunga.

Sí, hemos perdido el beso mordaza, ese tan cinematográfico que dejaba a las Lauren Bacall sin palabras y sin respiración. Humphrey lo bordaba, pero el maestro siempre fue Clark Gable. Anda que no habrá silenciado veces a la indómita de Scarlett! El hombre del “francamente, querida…”, repartía con idéntico arte desdén y besos, y una siempre se quedaba quieta tratando de dilucidar si era improcedente sentir esa atracción fatal por un chuleta sureño con bigotillo.

Luego vendrían los besos de real life y su catalogación. El beso “sí es no es” que te daban escorado en la boca, pero sin concretar. El primer beso con lengua, y con naúsea, del que ya he hablado porque fue en el cine y por sorpresa. El beso torniquete, el beso Lego, que venía por piezas, el beso complaciente, el semibeso, el beso disuasorio, el húmedo, el casquivano, el porquetúlovales…así iba coleccionando besos como el que colecciona cajas chinas, siempre con la certeza de que este álbum nunca tendría fin.

Hoy en mi álbum está el beso Casillas, nuevecito, deslumbrante, y si hay que estar tan buena como su novia para recibirlo claudico de antemano. Total, a las mortales siempre nos quedarán los besos robados, que también molan, los besos teledirigidos que últimamente me rondan, y los besos liofilizados, que en tiempos de escasez se sacan del sobre y se revuelven con el gin-tonic.

Arranquemos el martes con una proclama que vale por siete: besad, besad, malditos!