Mi querida Big-Bang;
Me cuenta un amigo al teléfono que los tres únicos periodistas en los que confiaba lo han traicionado. “Me llamaron para preguntar, contesté una vaguedad tipo “estupendamente” por educación y lo siguiente fue que estaban en un plató asegurando que yo les había llamado por teléfono para contarles al detalle un secreto que, te lo juro, pienso llevarme a la tumba”. Así se gestan algunas exclusivas. Y, al otro lado de la pantalla, las Marías y Marianos se ponen morados de experiencias vicarias con las que poder seguir dando sentido a sus siniestros matrimonios llenos de casi nada.
Conste que a mí me rechifla la rumorología. No hay nada más excitante que la exhibición del contenedor de la basura de Penélope Cruz y Bardem, que fijo está repleto de objetos no identificados, como pañales sucios y cajas de leche en polvo. La vida de los otros suele ser mucho más apasionante que la nuestra, dónde va a parar. Si además el relato se acompaña de detalles escabrosos y hasta escatológicos, mejor que mejor.
Si, ahora comprendo que Gran Hermano fue un “acontecimiento sociológico” en toda regla, tal y como alguien mediático lo describió. Se junta a un grupo de tipejillos y tipejillas vulgares, cacofónicos e incapaces de articular una frase con sujeto, verbo y predicado, se les dice que den rienda suelta a sus instintos, que coman con los codos bien abiertos, se rasquen a destajo, que confundan Albinoni con Berlusconi y que, de cuando en cuando, practiquen edredonning para disparar los picos de audiencia. El resultado es, claro, la vuelta a la jungla mientras los telespectadores segregan jugos gástricos como para digerir un ñu, sintiéndose superiores.
Mi amigo, cuando va al cine, siempre solo, compra dos entradas para evitar la compañía. Si la peli es de llorar, se contiene en lo posible, y a veces llora. Pero ha desarrollado una técnica para enjugarse las lágrimas de forma imperceptible. Sabe que el titular podría ser que está desolado por una truculencia que los tres Judas esperan que ocurra, si es posible el día que saltan al plató a airear sus “exclusivas” como panteras.
Mientas, desde su tumba, el viejo Albinoni llora la berlusconización de la poesía. Y sólo se me ocurre poner su Adagio a todo trapo y salir al cine a comprar dos entradas para chutarme sola una de amor a prueba de hienas que fijo que no saben manejar los cubiertos del pescado.