Mi querida Big-Bang:

Mi primer novio confesaba sin rodeos que prefería bailar con mi hermana que conmigo, porque yo no me dejaba llevar. Era tomarme por la cintura y ya sentía como un calambre, sus piernas me invitaban a ir a babor y yo tiraba a estribor, muy tiesa. “La mula Francis” era mi nombre de guerra. Y mira que intentamos aprovechar la rigidez de las circunstancias para darle al pasodoble, baile para tiesos de derechas. Pero ni “España cañí”, ni “Suspiros de España” obraron el milagro de que la fiera de movimientos discordantes que yo era humillara ante aquel español bien dispuesto, que cada vez apretaba más fuerte en su desesperación por doblegarme.

Cuando mi hermana se hartó del pasodoble disolvimos el trío y me lancé al merengue, convencida de que el baile latino se adaptaría a mis limitaciones acoplativas y de paso conocería mulatos. Y le eché voluntad, pero en los locales al uso las jacas caribeñas me ganaban por goleada con sus culos y su desbordante sensualidad, y yo no pasaba de sacudir mis tristes caderas europeas como un cyborg recitando de cabeza el son para no perder comba. El resultado fue una lesión en lo que viene siendo la pelvis que aún hoy me impide expresar todo la sabrosura que llevo dentro.

¿Que a dónde quiero ir a parar? A que anoche me las tuve que ver de nuevo con el baile. Era la feria de Úbeda y yo me había dejado los faraláes en casa. Las luces de la entrada al recinto no desmerecían de las de Sevilla, yo me sentía la protagonista de “Lluvia de estrellas” y con un rebujito en el cuerpo (uno tras otro, verás) me lancé a lo que en su día juré cual Escarlata que nunca haría: bailar las sevillanas. Sin gracia, sin vocación, sin genes y sin Bertín Osborne a mi vera. Aquello fue una catástrofe, porque al encarar el primer giro de la primera resbalé y me di de bruces con un suelo pulido y lleno de restos de cubatas. Levantarme y salir pitando fue todo uno, y en un acto de rebeldía repudié el rebujito ése y pedí lo que tú y yo sabemos, en concentración etílica de campeones.

Hoy me he levantado dispuesta a encontrar mi ritmo natural. Si Gallardón supera las cornadas de Madrid 2016, yo superaré lo mío con el baile. Mañana mismo me apunto a danza del vientre, que dice el anuncio que saca de una la sensualidad perdida. Ya me veo ataviada con velos y monedillas plateadas a conjunto con esos sutis que llevan las aspirantes a huríes, rígidos y dos tallas por encima de lo de una. ¡Veremos si se me arriman los jeques! Y si no, juro que nunca, pero nunca, volveré a poner un pie en otra pista que no sea la de hockey sobre hierba. Hala!