Mi querida Big-Bang;

Me dispongo a viajar a marmotas´day con la ilusión de la primera vez. Bien mirado, el premio literario en sí es lo de menos. Lo de más es que se cumpla el ritual y la marmota salga de su guarida ante la mirada asombrada de Bill Murray y con esa musiquilla ligera, como de desfile de pueblo, que escucho y me da la risa. Ser Murray un día al año es excitante. Un tipo despejado y con cara de estar dispuesto a dejarse engañar si el timador lo hace con inteligencia mola mucho. Si además se aloja en un hotel con huéspedes delirantes que siempre hablan del tiempo, visten como para ir de boda de provincias y el mueble bar está bien dotado, no veo una sola grieta para que el plan no sea perfecto.

Esta vez, eso sí, introduciré pequeños cambios en el protocolo, con la esperanza de que eso no impida que suene el despertador a su hora y todo vuelva a suceder. Al taconazo de la noche le seguirá el zapato plano rompepistas que, total, la madrugada a todos nos confunde y M. y yo somos dos señoras incombustibles, sí, pero con los pies muy trabajados. El año pasado, o tal vez fue ayer, nos arrastramos como dos perdidas por las calles de Barcelona al día siguiente, nuestros pies como barcazas vietnamitas, y los del Proyecto Hombre salieron a nuestro encuentro para meternos con sus tipejillos yonkises por la fuerza.

No, esta vez no. Mi Bill Murray siempre lleva una bala extra en la recámara y esta vez el botiquín de urgencia se parece al de Contador. Un inocente filete con sustancias convertirá la noche en un frenesí radical, en un “nisientonipadezco” del carajo. Y el despertar va a ser la prolongación de la marmota, a saber: desayunaré con esa escritora pechugona y vivaracha que me contará su vida sexual al detalle mientras ataca un cruasán con ansia. Un señor calvo, viejuno y con cara de televisor se acercará a M. y dejará caer el dorso de su mano por la mejilla de mi amiga, mientras le habla muy bajito al oído y yo le fulmino con la mirada. Después de zampar bollos como si no hubiera un mañana, y tratar de componer una conversación inteligente como si fuera la chica de ayer, saldremos muy dignas a tomar las calles hasta elegir un restaurante de playa donde poder dormir sentadas sin que se nos note. Y así todo se cumplirá como en un sueño.

Te dejo ya, que debo prepararme para mi salto en el tiempo. Si te cruzas conmigo finge que no me has visto. O échame la misma bronca de siempre como le pasa al querido Murray justo después de tropezar con el escalón. Por mi parte, tropezaré con esa alfombra roja a la que me lanzo por costumbre, y por costumbre un vigilante macizo se me acercará y me dirá en voz baja: “señora, por aquí no, esto es para personalidades”. La frase, marmotiana, es la señal para lanzarme con M. a por la primera copa espirituosa de la noche. Y después, querido Bill, seguiré el guión con obediencia soviética (antes de la Perestroika, claro). Es casi la hora. El día de la Marmota ha llegado. ¡Qué felicidad!