Mi querida Big-Bang:

Cada vez que leo una frase en un libro que refuerza mi imaginario acerca de un tema me pongo toda loca. Es como cuando Boyero, ese tipo avinagrado y cachondo que cae fatal a todos los culturetas, hace una crítica que coincide exactamente con lo que he pensado yo viendo una peli. Sus vísceras a veces son mis vísceras, sí señor, y es reconfortante ser un poco canalla a la salud de ese señor picado de viruelas que escribe a mamporrazos de pura pasión. Sí, la pasión me pierde y los apasionados también, aunque se echen a perder. Además ando justita de personalidad y criterio propio, así que me mola mimetizarme, aunque sea en la sección casquería del mercado de las ideas ajenas.

Leo en “Historia de un matrimonio”, de Andrew Sean Greer (un tipo al que no tenía el gusto de conocer, pero que colocaré en la estantería de mi corazón junto a Boyero): “Será, quizás, que un matrimonio no puede verse. Que es como esos grandes cuerpos celestes, invisibles al ojo humano y que sólo se localizan por la gravedad..” Si ya lo decía yo, que lo del matrimonio es un visto y no visto. Una atracción del parque de ésas en las que te ponen unos ganchos para que no te puedas escapar, que te producen vértigo y vómito y que cuando llegas abajo te preguntas: “¿en qué estaba yo pensando cuando saqué los tickets?”

Claro que cuando los que se quedaron abajo te preguntan ¿qué taaaal?, tu te tragas el mareo, la decepción y hasta el vómito y dices: “Geniaaaaaaaaal”. Y así van picando todos. Da igual que los que dicen genial tengan el rictus descompuesto y marcas de los grilletes en las muñecas; nadie sospecha y todos suben con la ilusión de ir a pasarlo pirata en un viaje de cuerpos celestes, que diría Andrew.

¿Te he dejado patidifusa, verdad? Es lo que tengo los festivos, que me leo tres frasecillas de aquí y de allá y las reciclo en verdades como puños de las de don César Vidal and cía. El ocio con medicación es muy productivo, y más si en el ínterin tu amiga te invita a una taza de chocolate con picatostes y te habla del potencial hombre de su vida: “¿Elijo al cultureta con cara de estreñido o al golfo vividor que un día se pasó a todas por la piedra? “Pues chica, el primero al menos te completará las frases cuando te quedas in albis…”. El chocolate es como los callos, una víscera para merendar que te coloca en caída libre, como las atracciones del parque. Como una buena columna de Boyero.

Te dejo, que empieza una de esas pelis que nos gustan a él y a mí. Ya tengo delante un cuenco de palomitas de las que hacen mucho ruido cuando te las comes a puñados, como hago yo. El sofá es sólo mío, el mando de la tele, ídem. Y cuando me dé por ahí viajaré a la cocina para recenar como dios manda, sin que ningún asteroide me altere el plan con su pesada gravedad. A veces soy tan romántica…