A veces el banco de historias exige unos intereses abusivos, desorbitados. 

Entonces es el momento de echarse a la calle a robárselas al público en general. Tengo una amiga felizmente emparejada que asegura que todos los días de su vida siente la tentación de ser infiel.  Entonces se viste con su mejor lencería y las uñas de los pies perfectamente rojas, se sienta en un Starbucks del centro de Madrid y observa a los hombres. “No me importa la edad, cualquiera podría ser un candidato. Los miro haciendo cola para sus bebidas y pienso lo que haría con cada uno. A veces se dan cuenta y me devuelven la mirada. Otras se incomodan y se sientan en el sofá más alejado del mío”. Cuando se le pasa el ardor infiel vuelve a su marido y al calor del tedio y al abrazo de oso hormiguero. Anoto una posibilidad de relato: “La presunta infiel inacabada”. O “Starbucks. Mucho más que café”.

Un hombre que detesta Starbucks porque sus cafés le producen acidez encontró el otro día pelo púbico cortado de su hija adolescente en el baño. El hallazgo, claro, daba para limitadas interpretaciones. La niña frente al espejo,  las tijeras en la mano, envuelta en la toalla de baño y esculpiendo vacilante su sexo antes de ir con su novio. La perplejidad sobresaltada de ese padre que, una hora después de autos, mira salir dando un portazo a su ¿niña? imaginamos que rasurada a trasquilones. “No sé, tú que eres mujer, ¿crees que si se ha hecho eso es porque alguien más se lo va a ver?”. No sé, no sé…

La tercera historia gratis total tiene menos posibilidades, lo reconozco. Pero son los riesgos de no pagar. Va de una asesina bipolar aguda que olvida el litio el día que tiene que viajar, pongamos, un Madrid-Bangkok. Vuelo regular, con escalas. Asiento en turista. Mientras finge observar con interés a la azafata que explica cómo hinchar el salvavidas en caso de emergencia -“nunca dentro del avión, hay que joderse”- abre el bolso, mete la mano y comprueba con una leve sonrisa que el veneno sigue allí. Después levanta el dedo, aprieta el piloto y le pide a la camarera voladora un café doble y amargo. “Como los de Starbucks”.